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Los derechos humanos en México en 2016. Una apreciación general.

Los derechos humanos en México en 2016. Una apreciación general[1]

Clara Jusidman

Por México Hoy

El avance en materia legislativa que logramos en 2011 al incorporar los derechos humanos  como eje rector de la Constitución Federal, se puede considerar como un punto culminante de un proceso de aceptación del enfoque de derechos humanos en la política pública de nuestro país y de apertura de México al escrutinio de los organismos internacionales en la materia.

Este proceso se inició a finales de la década de los años noventa del siglo pasado. Caminó en paralelo con la llamada “ciudadanización” del Instituto Federal Electoral concretada con la reforma política de 1996/97.

De 1997 a 2003 podríamos afirmar que el país avanzo en materia de democracia electoral y de derechos humanos. En 2003 realizamos un importante diagnóstico sobre los obstáculos que impedían la realización de estos últimos en México que contenía 31 recomendaciones y se inició la elaboración participación ciudadana el primer Programa Nacional de Derechos Humanos. Se empezó también a recibir relatores especializados de la Oficina de la Alta Comisionada de Naciones Unidas para los Derechos Humanos y se instaló una Oficina en México de esa Alta Comisionada.

Sin embargo desde 2003 los partidos políticos empezaron a repartirse las instituciones, las posiciones y los recursos de los tres poderes del Estado Nacional, así como de los gobiernos de los Estados, incluyendo a los consejos y directivos de los órganos autónomos. Desde ese año lo que hemos llamado “partidocracia”, sustituyó al autoritarismo del Partido de Estado. La pluralidad de partidos en México ha conspirado contra los avances democráticos y bloqueado la participación ciudadana en los procesos políticos. Tenemos cúpulas partidarias crecientemente corruptas y alejadas de la población que negocian entre ellas cuotas de poder.

En 2016 enfrentamos un discurso retórico que abusa del concepto de derechos humanos incompatible con la profunda crisis humanitaria en la que el país es sumido.

En la actualidad todos estamos agobiados por las violaciones generalizadas a los derechos civiles cometidas por diversos agentes: el crimen organizado, las empresas transnacionales, los diversos poderes de hecho,  las policías, el ejército, los políticos en el poder; esas violaciones afectan a todo tipo de personas jóvenes, mujeres, niños y niñas, adolescentes, migrantes; ocurren en todo el territorio nacional y se expresan en muy diversas modalidades de violación: homicidios dolosos, desapariciones forzadas, despojos, secuestros, extorsiones,  desplazamientos, violaciones y trata de mujeres, niñas y niños, sometimiento y esclavitud, tortura y malos tratos. Estos son los términos y las realidades que se han incorporado a la vida y al léxico de los mexicanos en la última década. Nuestro derecho al Estado, nuestro derecho a una buena administración, se encuentra conculcado profundamente. Reflejan una ausencia grave de Estado.

Los derechos políticos  son conculcados mediante el manejo clientelar de las elecciones, la compra de votos, el abuso de los recursos públicos, los reiterados fraudes y el control de las instituciones electorales. Las campañas y procesos electorales han corrompido la vida pública y aumentan la conflictividad social.

En materia de derechos económicos, sociales y culturales los programas de transferencias monetarias condicionadas que pronto celebrarán 20 años de estar operando con su programa emblemático Progresa/ Opotunidades/Prospera, lo más que han logrado es mantener los niveles de pobreza iguales a los que prevalecían en 1992. Se montaron en un aparato de educación y salud que fue desarrollado a partir de la Segunda Guerra Mundial que se ha venido deteriorando en su calidad y pertinencia y que en nada contribuye a romper la transmisión intergeneracional de la pobreza. Las brechas de desigualdad permanecen iguales.

El trabajo  y el salario en lugar de fortalecerse como mecanismos redistributivos del ingreso para permitir a las familias acceder a mejores niveles de bienestar así como a una reproducción saludable, digna  y positiva de la fuerza de trabajo, se han convertido en mecanismos de control y empobrecimiento de los sectores asalariados y han propiciado la fuga de muchos jóvenes a la migración y hacia actividades informales, ilegales e incluso criminales.

Ni que decir del desastre que priva en el campo mexicano a partir de las reformas al 27 constitucional y la firma del TLC: la destrucción del ejido y la propiedad comunal, el neolatifundismo, la competencia en el uso del suelo y de los recursos hídricos, la irracional expansión horizontal de las ciudades y la aparición de nuevos agentes económicos extraños en la vida de las comunidades rurales, la entrega del subsuelo a las empresas mineras que sumados a las consecuencias del cambio climático han acelerado las migraciones del campo, el abandono del campo, el desalojo de comunidades enteras, la ruptura de identidades y tejidos social y el aumento de la dependencia alimentaria del país.

El discurso político oficial en materia de derechos humanos no se compadece con lo que realmente está ocurriendo en el territorio nacional en materia de violación sistemática y generalizada de la dignidad,  la integridad, el patrimonio y  la vida de las personas. Sólo las miradas y críticas externas  han obligando a nuestros precarios, fallidos y omisos gobiernos a mirarse al espejo y darse cuenta que mientras ellos viven en las nubes el país se está deshaciendo.

La triste realidad es que la tan esperada transición a la democracia se convirtió en una transición al desastre, a la dispersión del poder entre múltiples agentes económicos y políticos que no encuentran límites ni contrapeso a sus desmedidas ambiciones y que pueden cometer todo tipo de arbitrariedades sin consecuencia alguna.

Porque la transición fue trunca, se limitó a la materia electoral y por ello fue rápidamente revertida. Ni el perjudicial modelo económico neoliberal fue cambiado, frustrando con ello el cierre de brechas de desigualdad y  el tránsito hacia una democracia económica; ni la concentración del poder mediático fue alterada persistiendo el duopolio informativo y una renovada violación a la libertad de expresión; ni el aparato de justicia se movió un ápice de sus espacios de privilegio y confort, consintiendo la corrupción y la impunidad que permea toda la vida pública del país.

Varias  preguntas surgen:

¿Por qué ante tal desastre permanecemos impasibles?

¿Por qué no estamos dispuestos a sacrificar parte de nuestros propósitos para construir consensos que nos permitan avanzar?

¿Por qué no encontramos agendas que nos unifiquen y modalidades que nos permitan cambiar este estado de cosas, sin esperar que sean los grupos en el poder político y económico  los que cambien?

Cambiar el modelo económico dominante, recuperar al Estado, democratizar los medios de comunicación y recuperar la libertad de expresión, alcanzar una profunda reforma de la justicia, enfrentar el deterioro ambiental y el cambio climático y conseguir una sociedad que conviva en paz, son sólo algunos de los posibles temas de confluencia.

Necesitamos construir fortalezas ciudadanas, encontrar formas de organizarnos para frenar y sancionar la corrupción y la impunidad, empoderarnos económicamente y enfrentar los abusos que se sustentan en la subordinación y pobreza de millones de mexicanos; echar mano de las acciones y amparos colectivos, protestar frente a cada agravio que proviene de decisiones de los tres poderes del Estado, de los partidos políticos y de los poderes de hecho, aprovechar en fin, nuestro poder como trabajadores, consumidores, educadores, mujeres organizadas, padres y madres de familia, estudiantes, víctimas, activistas cívicos y defensores de derechos humanos.

 

[1] Intervención en el Espacio de Diálogo para a Articulación de Agendas 12/05/2016

¿Por qué es necesario reivindicar el derecho a la ciudad? Obstáculos para reivindicar el derecho a la ciudad en México

Seminario Internacional de gobiernos locales por el Derecho a la Ciudad

Panel 1 En la nueva etapa de urbanización mundial, ¿por qué es necesario reivindicar el derecho a la ciudad?

Obstáculos para reivindicar el derecho a la ciudad en México

Abril 20, 2015

Las ciudades mexicanas han experimentado una gran transformación en los últimos 20 años. Esa transformación ha ido en sentido contrario a la realización del derecho a la ciudad de sus habitantes. Las ciudades mexicanas se han convertido en lugares poco propicios para una vida digna con bienestar y seguridad para las personas, dificultan la convivencia y la creación de solidaridad y comunidad. Son aglomeraciones humanas desordenadas, saturadas, conflictivas, contaminadas ambientalmente y con altos niveles de segregación socioeconómica.

Cuando uno recorre el territorio mexicano y particularmente las zonas donde se asientan las grandes ciudades, uno se cuestiona si realmente en algún momento en el futuro en México será posible alcanzar el derecho a la ciudad considerada ésta como un espacio de vida digna para quienes la habitan. Las heridas profundas que se han infringido a las ciudades y al paisaje urbano en los últimos veinte años que derivan de fuertes inversiones en desarrollos inmobiliarios de vivienda y comerciales, así como de vialidades para el transporte en automóvil privado; la destrucción imparable del patrimonio arquitectónico y de colonias emblemáticas en varias de esas ciudades, así como la destrucción del medio ambiente físico; el abuso de los recursos hídricos y los niveles alcanzados de contaminación del aire, de ruido y del espacio por medio de anuncios espectaculares, la privatización del espacio público, representan grandes obstáculos para recuperar ciudades para el bienestar y la convivencia  humana.

Al poner en el horizonte la realización del derecho a la ciudad como un gran objetivo, considero que es indispensable reconocer esos obstáculos con el propósito de distinguir aquellos que son irremontables porque constituyen heridas profundas en el entorno urbano, de aquellos otros sobre los que hay que actuar de inmediato para evitar la profundización del daño aunque se obtengan resultados hasta el mediano y largo plazos. Por ello en esta exposición quisiera referirme al origen y a la naturaleza de algunos de estos obstáculos que al ser reconocidos por el Estado y los causantes de su existencia conduciría a  un compromiso y a una política de Estado para frenar su crecimiento y de ser posible, revertirlos.

Varios factores han detonado lo que podríamos considerar una crisis urbana en México. Entre ellos destacan los siguientes:

1.El desorden y la ilegalidad en las formas de poblamiento precario de las periferias urbanas a través de la adquisición ilegal de predios en terrenos agrícola circundantes o de invasiones propiciadas por liderazgos políticos.

  1. La liberación del mercado de tierras ejidales y comunales a partir de la Reforma al Artículo 27 de nuestra Constitución en 1992 que eliminó los cinturones afgrícolas que limitaban la expansión horizontal de varias ciudades.
  2. La transferencia del control del uso del suelo a los gobiernos municipales sin haberlos dotado de capacidades y estructuras institucionales para regular y controlar las expansiones ilegales, ni de recursos para la adquisición de tierras, la constitución de reservas territoriales y la dotación de servicios sociales y de seguridad e infraestructura urbana para los nuevos desarrollos sean estos formales o precarios.
  1. La presencia ancestral de especuladores de la tierra que promueven la revalorización de terrenos cercanos a las ciudades en connivencia con las autoridades locales y que han aprovechado la liberación del mercado de tierras para aumentar sus riquezas.
  2. El crecimiento del capital inmobiliario y de las llamadas empresas vivienderas y la transformación de la participación del Estado de promotor y productor de vivienda a financiador de los desarrollos de éstas.
  3. La desaparición de las políticas y programas gubernamentales de desarrollo urbano a través de los planes reguladores del crecimiento urbano, de institutos de planeación y desarrollo, así como de diversas medidas, instituciones y normas que permitían ordenar el crecimiento de las ciudades. En su caso también, la violación sistemática de las normas de uso del suelo y de los planes de desarrollo urbano cuando estos existen por pobladores, constructoras y funcionarios con total impunidad.
  4. Altos niveles de corrupción de los funcionarios, legisladores y regidores relacionados con el ordenamiento y planeación urbana y uso de la dotación de terrenos y viviendas para la formación de clientelas políticas con fines electorales.
  5. Presencia de la delincuencia y el crimen organizado en muchas ciudades donde crean gobiernos paralelos, extorsionan y cobran uso del suelo, venden protección y seguridad y reclutan jóvenes para el sicariato.
  6. La profunda desigualdad socioeconómica y el traslado de la pobreza rural hacia las ciudades por el abandono de políticas de apoyo y promoción a los pequeños productores rurales.
  7. La utilización de la dotación de viviendas con financiamiento bancario como un mecanismo de control de la protesta social al convertir a las familias de bajos recursos en propietarias.

Este conjunto de factores han contribuido a que el crecimiento urbano y el desarrollo de las ciudades en los últimos 20 años tenga entre otras tres  características que me permitiría destacar:

  1. Un crecimiento horizontal de las ciudades que con frecuencia excede al crecimiento de la población. Hay tres fuentes principales de ese crecimiento horizontal:

A) La invasión u ocupación de tierras de mala calidad o en zonas de riesgo en las periferias urbanas por pobladores pobres expulsados de actividades económicas del campo como fue el caso de Mérida con el desalojo de trabajadores al caer la industria henequenera, el desplazamiento creciente de poblaciones por el crimen organizado o por las empresas mineras como ocurre en Guerrero, Sinaloa o Chihuahua o en sentido inverso, la atracción de trabajadores por el desarrollo de nuevas actividades como fueron las maquiladoras en las ciudades de la frontera norte o el desarrollo de centros turísticos como Cancún o Acapulco.

B) Un segundo factor que contribuye al crecimiento urbano horizontal ha sido el desarrollo de proyectos inmobiliarios de vivienda alejados de los centros de la ciudades muchas veces de gran tamaño que se ha extendido en todo el país, y que tiene su origen en la adquisición de terrenos de bajo costo, las enormes ganancias del capital inmobiliario y la connivencia con autoridades locales o financiadoras. En zonas circundantes de las ciudades mexicanas ahora es frecuente observar grandes desarrollos de vivienda aislados en medio del campo o construidos encima de montes, que se asemejan a palomares por la gran cantidad de viviendas con lotes y tamaños ínfimos y en ocasiones con una baja calidad de construcción como ocurre en la Ciudad de Chihuahua.

C) La construcción de instalaciones públicas alejadas de las ciudades como son centros universitarios, centros de oficinas gubernamentales o incorporación interesada y corrupta al fundo urbano de terrenos para parques industriales  como es el caso de San Jerónimo en Ciudad Juárez. Esta estrategia permite la revaloración de las tierras que quedan entre la ciudad y esos desarrollos, tierras que con frecuencia están en manos de especuladores vinculados con los políticos locales o municipales. Es el caso también en Ciudad Juárez por ejemplo de la Ciudad del Conocimiento construida por la UACJ a 25 km. de distancia del centro de esa ciudad.

Estos tres procesos provocan que las ciudades se vayan extendiendo pues aparecen corredores de servicios y comercios, servicios de transporte hacia las nuevas instalaciones públicas o hacia los nuevos desarrollos de vivienda.

Algunos de los efectos en la vida de las personas y de las familias de ese crecimiento horizontal conllevan a la ruptura del tejido familiar y social en razón de que las familias recién formadas tienden a buscar vivienda en los nuevos desarrollos alejándose de sus familias de origen. Las visitas y el mantenimiento de los lazos con estas se dificultan por la carencia, alto costo y tiempo prolongado que toma el trasportarse.

Así, la horizontalización de las ciudades mexicanas conlleva un aumento en el tiempo de traslado e impacta al gasto de las familias destinando una mayor proporción al pago de transporte que se convierte en irreductible. Provoca desgaste, cansancio, conflictos y enojo de la población.

Otro efecto se relaciona con la descolocación de la infraestructura de servicios sociales y comerciales desarrollada en las zonas céntricas de las ciudades con inversiones públicas a lo largo de muchos años, debido al abandono de esas zonas por las familias y su traslado a los nuevos desarrollos. Ello obliga a nuevas inversiones para el desarrollo de infraestructura, servicios sociales y comerciales en las zonas de nuevo poblamiento, para lo cual las autoridades municipales nunca disponen de suficientes recursos o como en el caso de las inversiones para infraestructura de salud, se quedan en manos y han sido desviadas por los gobiernos estatales.

La ocupación de terrenos no aptos para la construcción de vivienda que es frecuente en esos nuevos desarrollos como son humedales, zonas de bajadas de agua, terrenos con fracturas subterráneas o con grandes pendientes ponen permanentemente en riesgo a las poblaciones que habitan esos desarrollos ante fenómenos ambientales provocando catástrofes y el colapso de nuevos desarrollos inmobiliarios como ha ocurrido en Tabasco, Guerrero, Monterrey con las tormentas y huracanes de los últimos años.

Desde la mirada del derecho a la ciudad habría que impedir esa expansión horizontal, obligar a la redensificación de las colonias céntricas que ya cuentan con infraestructura urbana, servicios sociales y comerciales, respetando sin embargo los usos del suelo, las construcciones emblemáticas, pero adecuando las normas y actualizando y modernizando las vialidades, el transporte público  y la  servicios urbanos de manera que los pobladores originales no recientan la invasión de sus territorios y la destrucción de su entorno.

Impedir desarrollos urbanos en terrenos no aptos y riesgosos y en terrenos alejados de la ciudad, no autorizando las construcciones y no dotándolos de servicios públicos; también serviría evitar proyectos gubernamentales alejados de los centros de las ciudades.

  1. Una segunda tendencia que caracteriza la transformación de las ciudades mexicanas en los últimos años es que han sido ciudades construidas para los automóviles y no para las personas que las habitan.

El crecimiento horizontal de las ciudades y la insuficiencia y baja calidad de la transportación pública alientan el uso de transporte individual o determinan que las personas tengan que destinar varias horas del día para trasladarse, así como una proporción de su gasto para el pago de traslados como ya señalamos.

Una queja sistemática de los habitantes de muchas ciudades mexicanas se relaciona con el congestionamiento vial y el uso y apropiación de los espacios públicos para el tránsito y estacionamiento de vehículos. Son los el caso de Apatzingan o de Tijuana. La pérdida de tiempo, el cansancio, la contaminación, la inseguridad y el enojo permean la vida de los habitantes de las ciudades para el automóvil.

Por muchos años las autoridades de las ciudades mexicanas han destinado fuertes inversiones para el desarrollo de vialidades para el transporte particular. Un ejemplo son las inversiones para los segundos pisos en el Área Metropolitana de la Ciudad de México o de puentes, periféricos y pasos a desnivel como Monterrey, Jalapa, Zacatecas o Aguascalientes.

Las nuevas vialidades, especialmente las vías rápidas con puentes y pasos a desnivel se constituyen en barreras infranqueables para las personas que se mueven a pie o en vehículos de menor tamaño como son las bicicletas. Rompen el tejido social de las comunidades, colonias y barrios, aumentan la inseguridad por accidentes viales y propician el aislamiento de las familias al interior de sus viviendas.

Asimismo, las inversiones público-privadas en el desarrollo de vialidades cuyo uso implica un pago, profundizan la segregación socioeconómica y abonan a la conflictividad urbana.

Cambiar esta tendencia de construir ciudades para automóviles y transformarlas en ciudades para los seres humanos, demandaría de un proyecto consistente y sostenido de transformación en el largo plazo  de las ciudades mexicanas. Requeriría de una mejoría sustantiva en el desarrollo de transporte público y en su calidad para provocar que los propietarios de automóviles estén dispuestos a abandonar o reducir su utilización. Esta tarea ya se ha iniciado en varias ciudades con el desarrollo de transporte público en carriles confinados.

También implicaría alentar otro tipo de movilidad humana como es la peatonal o la de bicicletas o pequeños transportes de proximidad lo que requeriría de una transformación profunda en los usos del suelo de manera que se permitiera la combinación de usos comerciales, de trabajo, escolares, de recreación con usos de vivienda para evitar los traslados largos y prolongados entre vivienda y trabajo, vivienda y escuela, vivienda y  servicios sociales y recreativos, a fin de que las personas pudieran caminar a donde tiene que acudir durante el día.

Pero el aspecto más difícil de cambiar tiene que ver con la cultura del automóvil como símbolo de estatus social y económico, alentado por los fabricantes de automóviles, las empresas financiadoras y los medios de comunicación. Estos son poderes de hecho que representan obstáculos poderosos para el cambio cultural.

  1. Una tercera característica de las ciudades mexicanas es su creciente segregación socioeconómica que profundiza en algunas de ellas, una vieja segregación étnica.

Desde la colonia varias ciudades como Puebla, Mérida y San Cristobal de las Casas tenían zonas destinadas a los pueblos indios y las mejores zonas destinadas a las poblaciones criollas y españolas. En algunas otras como en San Andrés Tuxtepec las comunidades indígenas fueron despojadas y expulsadas de sus tierras colindantes con la ciudad.

En todas las ciudades mexicanas existe una segregación física de los distintos estratos socio económicos de manera tal que la desigualdad característica de la sociedad mexicana se consolida mediante una segregación física. Las viviendas de los distintos estratos sociales no conviven, están claramente separadas por zonas, colonias y barrios; la Mérida del sur es donde habitan los pobres y la del norte es de los ricos; en el poniente de Ciudad Juárez se desarrollaron los asentamientos para los trabajadores de las maquilas; Iztapalapa y Gustavo A. Madero son delegaciones dominadas por familias de ingresos bajos y medio bajos y el poniente de la ciudad donde se ubica Cuajimalpa y Miguel Hidalgo concentran colonias de altos ingresos.

La desigualdad se acentúa por la desigualdad en la disponibilidad y calidad de los servicios e infraestructura urbana y de los servicios sociales como son el acceso a agua potable de calidad y con suministro constante, el mantenimiento y la pavimentación de calles y avenidas, la disponibilidad de espacios públicos de recreación y entretenimiento, la calidad y presencia de servicios de seguridad pública, de recolección de basura, entre otros.

En las últimas décadas han surgido colonias y fraccionamientos cerrados por murallas y con controles severos de acceso, o también colonias de población pobre que quedan atrapadas por los desarrollos de vialidades o por el poblamiento desordenado e ilegal y que enfrentan grandes dificultades de acceso como ocurre en algunas colonias pobres del Área Metropolitana de Guadalajara. Este fenómeno se conoce como la guetización de las ciudades.

Una tendencia interesante está ocurriendo con el retorno o la llegada de jóvenes a ocupar las zonas céntricas de algunas ciudades en razón del menor costo de las rentas por el previo abandono de las viviendas en esas zonas. Los jóvenes recuperan la vida social de las colonias viejas a las que llegan, disfrutan del uso combinado del suelo al convivir comercios, oficinas y viviendas y finalmente revalorizan el terreno  lo que lo vuelve atractivo para el capital inmobiliario. Este llega con agresividad a desalojar a los viejos habitantes en casas y vecindades deterioradas y levanta edificios sin el mayor sentido de preservación de la estética urbana específica. Estos edificios son adquiridos por población joven yuppie y retorna el modelo desigual. Un caso emblemático es el de la Colonia Roma de la Ciudad de México.

Sería posible continuar caracterizando la evolución de las ciudades en México con temas como la carencia, descuido, abandono, deterioro y privatización de espacios públicos, áreas verdes y recreativas y la apropiación privada de éstos; las crecientes dificultades para acceder a fuentes de agua potable, el problema que representa la contaminación ambiental y la gran cantidad de desechos sólidos y residuos tóxicos; la presencia de terrenos baldíos y de viviendas abandonadas; el hacinamiento de viviendas y en viviendas; la inseguridad urbana;; la ausencia de armonización del desarrollo urbano con el desarrollo de las zonas agropecuarias proveedoras de alimentos, etc.

En conclusión, la realización del derecho a la ciudad en el caso mexicano implica enfrentarse a intereses económicos y políticos arraigados, a inversiones ya realizadas que marcan en forma permanente la configuración deshumanizada de las ciudades y a una cultura depredadora y poco respetuosa de los espacios y el medio ambiente urbano.

Exigiría la mayor participación efectiva de sus habitantes en la gestión de las ciudades, la presencia de funcionarios y servidores públicos honestos y que se apeguen a la ley, la recuperación de los planes y capacidades gubernamentales  de ordenamiento del desarrollo urbano, de nueva normatividad acorde a esos nuevos planes, de jueces que no amparen los abusos cometidos por los especuladores de la tierra, por las empresas inmobiliarias y por líderes políticos; del desarrollo de programas de movilidad humana que cambien profundamente la organización de las ciudades y las hagan más vivibles; de la redensificación planeada, controlada y con participación de sus pobladores de determinadas zonas con buena infraestructura urbana y baja densidad de construcciones y población, entre otros aspectos.

Insistiría en que si no empezamos ahora a recuperar el control de las ciudades como espacios de vida digna para las personas, los intereses de hecho y la enorme corrupción e impunidad que prevalece en el sistema político mexicano, están conduciendo a muchas de ellas al colapso. Baste recordar lo que ocurrió a las grandes ciudades prehispánicas que fueron abandonadas por catástrofes derivadas del abuso de sus habitantes de los recursos para que sobrevivieran como fueron los alimentos y el acceso al agua.

 

Bienestar, tejido social y violencias.

Bajar presentación: Bienestar, violencia y tejido social

Agradezco a la Universidad Autónoma del Estado de Morelos, al Sr. Rector Alejandro Vega Jiménez y a Javier Sicilia la invitación para participar en estos diálogos que se están realizando motivados por la consternación que ha producido en la comunidad universitaria y en la sociedad morelense la muerte violenta del Prof. Alejandro Chao y de su esposa Sarah Rebolledo.

Las preguntas que todos nos hacemos ante las violencias que nos acosan, son al menos tres:

  1. ¿Qué nos ha pasado como sociedad que estamos construyendo seres humanos enojados, violentos, sin control de sus emociones de ira y de miedo y sin temor a las consecuencias de sus actos que violentan lo sagrado de la vida y la integridad de otros seres humanos?
  2. ¿Que nos ha pasado en nuestra convivencia que ya no funcionan los mecanismos de control derivados de las normas y costumbres culturales y sociales que ponían límites claros y castigos a quienes las infringían?
  3. ¿Qué ha sucedido con el Estado Mexicano cuya función principal es la de salvaguardar el orden y el respeto a la Ley para lo cual supuestamente se hemos construido un entramado legal e institucional costoso para investigar, juzgar y sancionar a todos aquellos que atentan contra el Estado de derecho?

A partir de estos interrogantes básicos quisiera en esta reflexión aportar algunos hallazgos derivados de investigaciones que hemos venido realizando o promoviendo desde INCIDE Social A.C. la organización civil donde participo desde hace 10 años, investigaciones que se relacionan con nuestro interés sobre el bienestar y el desarrollo social y más recientemente, sobre los determinantes económicos, sociales y culturales de las violencias.

Lo que nos está ocurriendo en México en materia de bienestar, tejido social y violencias es resultado de un contexto general que se caracteriza desde hace más de 30 años, por cambios en los papeles que juegan los cuatro agentes proveedores de bienestar: las personas mismas, las familias, el mercado y el Estado en los siguientes aspectos:

Se parte de un país históricamente desigual, con altos niveles de discriminación, pobreza y corrupción y crecientes problemas para generar trabajo digno para su población joven; que adoptó en la década de los años ochenta un modelo económico centrado en la producción de bienes y servicios para la exportación colocando la productividad, la eficiencia y la competitividad como objetivos del desarrollo del país, en lugar de centrarse en alcanzar el bienestar o la felicidad de los mexicanos y las mexicanas, cuestión que debería ser el objetivo de toda sociedad.

  1. Los personas en ese proyecto se convierten en proveedores de trabajo, por una parte, y consumidores y clientes de lo que se produce y vende en los mercados, por la otra.
  2. Como probables trabajadores se ha insistido en la obligación que tienen de desarrollar sus capacidades de “empleabilidad” mediante la educación escolarizada para poder ser competitivos en los mercados de trabajo y pasar a formar parte si tienen mucha suerte, de los esclavos con título de doctorado de grandes empresas transnacionales, con disponibilidad completa y sin poder tener ni vida propia ni de familia. La gran mayoría, que no alcanza títulos de posgrado, está condenada a subsistir en condiciones precarias, con gran inseguridad y con ingresos y condiciones de trabajo indignas. De acuerdo al proyecto económico vigente esas mayorías son las culpables de su situación por no haber aprovechado las “fantásticas oportunidades de educación” que brinda la sociedad nacional y por ser “flojas, improductivas e incompetentes”. El slogan preferido del proyecto de economía de mercado es “Edúcate y alcanzarás el paraíso”
  3. Como clientes y consumidores su obligación en el proyecto es estar atentos a todas las innovaciones tecnológicas en productos de consumo para adquirir los últimos modelos promovidos por los medios de comunicación masiva y desechar los viejos aunque estos aún sirvan, pues el importante papel que juega la población en las economías del mercado es de dinamizadores de la producción de miles de cosas, muchas de ellas absolutamente innecesarias y superfluas. La felicidad y el bienestar de las personas se homologan entonces con el número, variedad y calidad de las cosas y bienes que poseen y de los servicios a los que pueden acudir.
  4. Las familias, el segundo agente social proveedor de bienestar, se ven obligadas a echar mano de todo el tiempo de trabajo disponible de sus integrantes para lograr obtener ingresos y poder subsistir. Ello en razón de una política de salarios contenidos sostenida desde finales de la década de los años setenta, por lo que el pago que se recibe por unidad de trabajo ha venido disminuyendo. Un salario mínimo legal actual equivale a una cuarta parte del que estuvo vigente en 1976, año en que se inició una vertiginosa caída de los salarios mínimos. Las familias entonces se ven obligadas a dedicar más tiempo y a todos sus miembros con posibilidades de trabajar, a realizar cualquier tipo de actividades -legales e ilegales- que les permitan la obtención de ingresos, incluso envían a alguno o algunos de sus miembros a Estados Unidos para conseguir trabajo. El tejido y el capital social familiar se va destruyendo dado que el tiempo que destinan a actividades para la generación de ingresos va en detrimento del tiempo que dedican a la economía del cuidado incluyendo el cuidado personal, la crianza y la atención de la infancia y la juventud y ahora, de los adultos mayores, así como al mantenimiento de sus redes sociales.
  5. El mercado, tercer agente proveedor de bienestar, ofrece una gran variedad de productos y servicios con el único objetivo de generar ganancias para las empresas de todo tipo que participan en el mismo. Por ello existe un mercado de drogas, de armas, e incluso de personas y órganos, puesto que en la obtención de lucro no existen limitantes éticos. Los mercados son amorales. Se vende y compra todo lo que se pueda vender y comprar.

El mercado y el afán de lucro destruyen las pequeñas actividades de subsistencia de las familias pobres: la agricultura campesina, la pequeña industria y el pequeño comercio (misceláneas, farmacias, panaderías, tortillerías), los diversos talleres de servicios de reparación, por ejemplo. Se generan cadenas de establecimientos que sustituyen esas actividades y que terminan enriqueciendo a los dueños del capital y condenan a los anteriores trabajadores por cuenta propia y familiares, a subcontratarse en empresas de servicios sin protección laboral alguna. Uno de las áreas de mayor desarrollo y potencial del mercado de los últimos años ha sido la referida a la provisión de bienes y servicios para las poblaciones pobres: desde las farmacias de similares y genéricos, los Oxos los Seven Eleven hasta la proliferación de casas de empeño.

Se rompe con ello, algo en lo que Javier Sicilia insiste con frecuencia, las relaciones de proximidad y confianza generadas por los pequeños establecimientos de barrio donde los clientes conversan y conocen a sus dueños, donde estos les facilitan mercancía a granel y a crédito, donde grupos de vecinos se pueden pasar un rato tomando una cerveza, un café o un refresco, donde se repara innumerables veces la licuadora o la televisión para que duren más, etc. Se destruye un actor fundamental en el tejido social territorial que son esos pequeños establecimientos que además proporcionan ingreso y trabajo en el vecindario o en el pueblo.

  1. El Estado, el cuarto actor del bienestar, ha venido siendo desmantelado como proveedor de bienes y servicios públicos para el bienestar de las personas. De manera paulatina pero sostenida, se trasladan los recursos y las funciones sociales del Estado a empresas del mercado y a organizaciones de la sociedad civil. Se recarga en las familias la atención de población en condiciones de vulnerabilidad como la infancia, la población con discapacidad o los adultos mayores. Asimismo, se ha venido entregando el control y explotación de recursos y sectores estratégicos del desarrollo de la nación a empresas incluso trasnacionales. En esta misma lógica, se substituye crecientemente la provisión de bienes y servicios públicos por transferencias monetarias de ingreso para que las personas en pobreza o en situación de vulnerabilidad acudan al mercado a comprar alimentos, educación, salud, vivienda, servicios de agua, energía, etc. El papel del Estado en la generación de bienestar va desapareciendo y su función de provisión de seguridad y justicia se va desdibujando por la presencia de altos niveles de corrupción en el ejercicio de la función pública, aumentando los índices de violencia, delincuencia e impunidad   creando un ambiente de indefensión de los ciudadanos frente a los abusos de las empresas del mercado y de la delincuencia común y organizada. El Estado renuncia a sus obligaciones de respetar, proveer y proteger los derechos humanos de las personas y se convierte en un facilitador para las empresas del mercado permitiendo que estas vulneren esos derechos al no regular adecuadamente su funcionamiento.

Ahora bien, en un contexto de esa naturaleza ¿qué está ocurriendo con el desarrollo, construcción y socialización de las y los mexicanos?

El bienestar de las personas está dependiendo de la capacidad de su contexto para satisfacer cuatro categorías de requerimientos: los materiales, los psicoemocionales, los de seguridad y los culturales.

 

Con las transformaciones señaladas de los cuatro agentes sociales que intervienen en la provisión de bienestar a las personas encontramos las siguientes situaciones:

  1. Históricamente en las políticas sociales se ha dado prioridad a la satisfacción de los requerimientos materiales de las personas (vivienda, salud, alimentación, ingreso, infraestructura social, etc.) y en los últimas tres décadas, especialmente de las poblaciones pobres. Además como ya señalamos anteriormente de haberse considerado la provisión de bienestar como una responsabilidad pública en la segunda mitad el siglo XX a partir de los exitosos modelos de economías del bienestar instaurados en los países nórdicos, ahora esa provisión se está trasladando al mercado.
  2. Existe una total desatención a los requerimientos de desarrollo psicoemocional de las personas. Esta se ha dejado como responsabilidad de las familias y principalmente de las mujeres, con alguna participación de las escuelas, de los compañeros y pares y de la comunidad. La socialización de las personas y su integración a la comunidad está dependiendo fundamentalmente de su adecuado desarrollo psicoemocional y de la transmisión de saberes para la vida (cómo y de qué alimentarse, cómo relacionarse con los otros, cómo resolver conflictos, el aseo e higiene personal y de la casa, los hábitos de crianza, etc.)

 

 

 

En este sentido la promoción del individualismo y la competencia por la economía de mercado, ha impactado la construcción de valores de solidaridad, responsabilidad compartida, sentido de comunidad, reconocimiento y respeto de los otros, y ha erosionado por lo tanto, el sentido de pertenencia, de identidad y de colectividad, destruyendo la idea de que existe una sociedad que se va a ocupar y preocupar por el bienestar y la felicidad de las personas que la integran. Cada persona de acuerdo al capitalismo de mercado vigente, tiene que preocuparse por sí misma y por su futuro, no tiene responsabilidades por nadie más excepto si establece contratos de matrimonio que lo obliguen, pero también estos están resultando cada vez más en relaciones frágiles, fugaces, poco estables.

Como mencioné anteriormente las familias tienen cada vez menos posibilidades de atender al desarrollo y construcción saludable de sus integrantes lo que significa deficiencias crecientes en su desarrollo psicoafectivo y en la transmisión de saberes para la vida.

Asimismo, el rol de las escuelas en el desarrollo psicoafectivo del los niños y en la consolidación de saberes para la vida como ha salido a la luz en relación con el lamentable caso de bullying en Tamaulipas, se encuentra colapsado ante la desconfianza en las relaciones entre adultos e infancia, debido a la ocupación de plazas de maestros por personas sin la preparación como tales y por la ausencia de un proyecto educativo que tenga como objetivo el desarrollo de seres humanos autónomos, responsables, solidarios y participativos.

Los medios de comunicación masiva y actualmente las redes sociales ocupan un rol muy importante en la socialización de las personas y en la transmisión de saberes para la vida. La infancia y los jóvenes pasan muchas horas frente a ellos. Los primeros tienen una programación destinada claramente a desarrollar consumidores y clientes para el mercado y las segundas por su naturaleza de comunicación a distancia, disminuyen las posibilidades de interactuar y convivir directamente con otros.

Es decir, los cuatro agentes socializadores de la infancia y la juventud: las familias, las escuelas, los grupos de pares los medios de comunicación están fallando seriamente en la construcción de seres humanos saludables  y por el contrario, hay un número creciente de jóvenes apáticos, desesperanzados, enojados y resentidos con una sociedad que no los incluye.

  1. Por cuanto a los requerimientos de seguridad para el bienestar o para la vida, dos de las columnas del andamiaje para dar seguridad a las personas a saber, la generación de empleos formales dignos y estables y la seguridad social se encuentran en crisis creciente. Se habla incluso de la desaparición del trabajo.

A ello se puede agrega un sistema de seguridad pública y de justicia que no garantiza ni protección, ni acceso a la verdad, ni en su caso, el debido proceso. La delincuencia impunemente despoja de bienes, de libertad e incluso de la vida a las personas.

El sistema financiero y el fiscal abusan permanentemente de los ahorros y de los ingresos que genera el ciudadano común y en cualquier momento pueden sumirlo en la pobreza,

Los creciente problemas de inseguridad ambiental donde los efectos del cambio climático arrebatan pertenencias y vidas en un instante.

La incertidumbre, la volatilidad y la ausencia de seguridad son la característica de los tiempos actuales y eso provoca desconfianza y miedo e impide el desarrollo de relaciones y de sentido de comunidad y por lo tanto de tejido social. Somos ciudadanos indefensos y frustrados ante poderes legales y extralegales, permanentemente explotados, expoliados o en constante riesgo de serlo.

  1. Respecto de los requerimientos culturales para la vida digna como son el acceso al conocimiento, a la información a la educación, a la cultura, a la tecnología encontramos enormes disparidades entre estratos sociales.

Finalmente, no quisiera dejar de tocar un tema que se evidenció de manera muy fuerte en los estudios diagnóstico que promovimos desde INCIDE Social sobre los determinantes económicos, sociales y culturales de las violencias y que tiene una muy fuerte influencia en la destrucción del tejido social. Este se refiere a la forma en que en los últimos 20 años ha tenido lugar el crecimiento de las ciudades en el país.

Los cambios al Artículo 27 constitucional de principios de los años noventa, la especulación de la tierra, la enorme ambición de las desarrolladoras de vivienda y la gran corrupción gubernamental en el uso del territorio, han causado un desastre en la urbanización del país. Observamos ciudades que crecen en extensión más rápidamente que su población, ciudades horizontales con problemas de accidentes viales y de tránsito en aumento, ciudades segmentadas socioeconómicamente, guetizadas, despersonalizadas por centros comerciales, mobiliario y arte urbano(esculturas de Sebastían) y transporte homogéneos, con hacinamiento de viviendas y dentro de éstas mismas debido a su pequeño tamaño.

Por un malentendido afán de modernización, que nuevamente encubre corrupción, lavado de dinero y deseo de lucro, (queremos parecernos a Taiwán dijo hace poco un destacado político), estamos viviendo un proceso de destrucción del tejido urbano que continúa avanzando en varias ciudades y en este momento ha tomado como presa preferida a la Ciudad de México.

Se destruyen o dividen barrios y colonias, se cambian usos del suelo, se congestionan y privatizan vialidades. Las personas que habitan las ciudades y los nuevos desarrollos de vivienda son desconocidos entre sí que provienen de muchos lugares y diferentes historias y culturas, que experimentan una gran desconfianza por sus vecinos y que se mudan antes de construir alguna confianza. Las relaciones cotidianas son frágiles y fugaces o son de conflicto por la pelea de espacios en las calles, en los transportes colectivos, en las escuelas, en los estadios y en los espacios públicos, en general.

Los esfuerzos públicos y organizados para reconstruir o construir comunidad y tejido social son escasos y las más de las veces poco sostenidos en el tiempo. Programas como Habitat o el de Espacios Públicos o la Línea Verde y el Convive Féliz en Aguascalientes, no se mantienen en el tiempo. Nuevos gobiernos desconocen lo hecho por los anteriores e inventan nuevos programas cada tres o seis años. Son ciclos interminables de destrucción y abandono y de poca construcción inteligente y duradera.

Las personas en las ciudades destinan muchas horas para trasladarse, viven con estrés y en riesgo permanente de violencia y accidentes, son maltratadas en su calidad de ciudadanos por autoridades abusivas, acosadoras e irrespetuosas, pagan impuestos y no reciben servicios públicos suficientes y de calidad.

Al final las aglomeradas ciudades producen grandes soledades, conspiran contra la convivencia, generan desesperanza y una enorme apatía ciudadana.

El recuento del desastre en el bienestar y en el tejido social en México podría continuar por varias horas.

Al final termino con otras preguntas:

  • cómo reconstruimos lo público desde abajo,
  • cómo consensamos reglas de convivencia que no signifiquen tener un policía detrás de cada uno de nosotros para que nos portemos bien y respetemos a los otros,
  • cómo definimos nuevos pactos entre los actores del bienestar: las personas, las familias, el Estado y el mercado
  • cómo incluimos y reconocemos en esos pactos las cuatro categorías de requerimientos para la vida de las personas: los materiales, los psicoemocionales, los de seguridad y los culturales; y
  • cómo recuperamos la construcción y socialización de seres humanos solidarios, respetuosos, responsables y con sentido de lo colectivo.
  • cómo construimos confianza, comunidad y ciudadanía.

Un nuevo modelo de Estado de Bienestar para el Siglo XXI

Condiciones para construir un Estado de Bienestar en México con enfoque de derechos humanos para el Siglo XXI

Esta exposición se propone revisar las condiciones económicas, sociales, culturales y políticas que serían necesarias para crear en México un régimen social de bienestar que garantice a todas las personas que viven y transitan el país, la realización de sus derechos económicos, sociales y culturales, de acuerdo a los instrumentos internacionales signados por México, en la materia[1]. Revisa de manera sintética el surgimiento y la evolución de los Estados de Bienestar a partir de las experiencias de los países desarrollados de Europa Occidental y su establecimiento en América Latina. Recupera someramente la discusión actual sobre “protección social”. Expone los principios y criterios fundamentales de un enfoque de derechos humanos en la creación de un régimen social basado en derechos. Concluye listando los principales obstáculos para instaurarlo en México y los retos para lograrlo.

  1. ¿Qué entendemos por Estado de Bienestar?[2]

No existe una definición única ni tampoco un consenso sobre lo que comprende el concepto de Estado de Bienestar, sin embargo se puede decir que es un régimen social donde el Estado toma un papel activo en la atención de las cuestiones sociales referidas a la calidad de vida de la población. Este interviene para atenuar los efectos perversos de las fuerzas del mercado, en las condiciones de vida y en la desigualdad social.

Se trata de una participación del Estado en forma integral, ya que incluye un amplio conjunto de políticas públicas que inciden tanto en las condiciones de vida como de trabajo de la población. Comprende no sólo la política social sino también aquellos aspectos de la política económica que afectan al mercado de trabajo y por tanto, el acceso a ingresos que permite a las personas participar en los mercados de bienes y servicios.

En los regímenes sociales de los Estados de Bienestar el pleno empleo de la fuerza de trabajo resulta piedra angular, mediante la participación del gobierno, a través del gasto y la inversión pública; la política económica en este modelo debe privilegiar la generación de empleo y el acceso de la población a ingresos.

En lo que respecta a la provisión de servicios sociales, estos se darían de forma pública (acceso libre) y universal para toda la población en su calidad de ciudadanos. Se busca el mantenimiento de un nivel de calidad de vida mínimo asegurado para todos por el Estado. Igualmente, se considera a sectores de la población que están al margen de las redes formales e institucionales, evitando que queden excluidos. Busca la igualdad de oportunidades que favorezcan la mejor distribución del ingreso y la riqueza.

Entre los objetivo del modelo está respaldar el funcionamiento estable y democrático del orden social y político, a través de políticas públicas. El Estado de Bienestar se consolidó después de 1945 y de alguna forma, significó un régimen social alternativo de las economías de mercado de occidente, ante el riesgo que les significaba la expansión de los regímenes socialistas, especialmente hacia aquellos países europeos, colindantes con la Unión Soviética. Contribuyeron para su establecimiento, las condiciones derivadas de la reconstrucción de los países que participaron en las guerras, mismas que les permitió tener recursos suficientes para proporcionar a sus combatientes condiciones de bienestar. Significó también mejorar las condiciones de vida y de trabajo de la población, asegurando la satisfacción de necesidades básicas y oportunidades mínimas para todos.

Al conformarse un nuevo orden económico, político y social a nivel mundial, se crean diversos organismos internacionales, muchos de los cuales surgieron incluso antes de la Segunda Guerra Mundial, entre ellos la Organización Internacional del Trabajo (OIT)[3], que promueve la urgente necesidad de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos de todos los países, aunque no hubieran participado en el conflicto armado. Es la institución de la comunidad internacional responsabilizada de hacer cumplir los propósitos contenidos en la Carta del Atlántico[4] con el fin de propiciar “mejores niveles de trabajo, prosperidad económica y seguridad social”, que respalda a su vez, a nivel internacional, el concepto de Estado de Bienestar.

Una política central de todo Estado de Bienestar es la seguridad social y esta es consagrada como derecho universal en el Artículo 22 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos[5]. Su mayor desarrollo se plasma en el Primer informe Beveridge del Reino Unido de 1942, Social Insurance and Allied Service[6], que proporcionó las bases teóricas de reflexión para la instauración del Estado de Bienestar por parte del gobierno laborista, posterior a la Segunda Guerra Mundial, y que pugnaba por proveer seguridad social a todas las personas “desde la cuna hasta la muerte”.

Los países pioneros de los regímenes de bienestar fueron Alemania, Gran Bretaña y Francia. Sin embargo el prototipo del Estado de Bienestar se observa en los países escandinavos cuando llegan al poder los partidos socialdemócratas, estableciendo políticas sociales con carácter universal y desarrollando un concepto de protección global a la familia, ampliando las prestaciones y abarcando a los dependientes económicos de los trabajadores. Estos países consolidaron y mantuvieron por varias décadas sus programas de bienestar social basados en normatividad y sistemas de financiamiento adecuados y contribuyeron con su enfoque y estudios a que otros países en Europa y otras regiones del mundo estructuraran sus Estados de Bienestar.

Los países escandinavos, Alemania, Francia e Inglaterra se distinguen también por haber dado cobertura universal a su población en materia educativa, de salud y de protección a los trabajadores. La educación abarca instrucción gratuita en todos los niveles y para todos los ciudadanos, basada en programas estatales; la salud pública incluye prevención y curación de enfermedades, sistema hospitalario y centros especializados de atención a la salud y por lo que se refiere a la protección a los trabajadores, el seguro social que cubre enfermedades y gastos médicos, incapacidad temporal o definitiva; seguro contra accidentes durante las jornadas de trabajo o durante los traslados; pensiones por vejez; protección a su familia y subsidio para pago de rentas y/o asignaciones o créditos para adquisición de vivienda. Finalmente, la medida que se considera más importante: el seguro contra el desempleo, que se paga por una cantidad y un lapso específico y que contempla no sólo la reincorporación del trabajador, sino su capacitación y reconversión ocupacional.

Los servicios y beneficios incluidos en los distintos regímenes de bienestar fueron evolucionando paulatinamente en cada país al tener en cuenta los cambios observados en las condiciones de vida y en las relaciones sociales, las demandas emanadas de acuerdos derivados de coaliciones sociales y los recursos disponibles de los Estados. De beneficios dirigidos a los combatientes en las distintas guerras o la cobertura de riesgos de vejez, desempleo y enfermedad de los trabajadores industriales, las coberturas se fueron haciendo universales y las protecciones se fueron ampliando para cubrir los riesgos derivados de las transformaciones económicas, sociales y culturales del siglo XX. Los Estados de Bienestar tuvieron que ir adaptándose a la creciente incorporación de las mujeres al trabajo remunerado, la mayor movilidad de los trabajadores, la evolución tecnológica y el establecimiento de acuerdos regionales de asociación estratégica, entre otros.

A mediados de la década de los setenta empieza un cambio en Europa debido a la crisis económica que provocó el mercado del petróleo. Se inicia nuevamente el ciclo de la inflación, la pérdida de empleos y se detiene el crecimiento económico; las posiciones políticas sufren un reacomodo, desplazando a los socialdemócratas; las poblaciones envejecen; los movimientos migratorios se intensifican y las mujeres participan de manera activa en la vida pública, lo que ocasiona movimientos sociales y económicos imprevistos. El gasto social aumenta y paralelamente surge la demanda de algunos sectores para que el Estado de Bienestar desaparezca. Otros pugnan por reducir sus apoyos y otros más, por incrementar sus beneficios, argumentando que la gente tenía más necesidad, dada la crisis económica. En los ochenta el debate se centra en torno a los principios de la igualdad contra la eficiencia y la competitividad de las economías en un mundo crecientemente globalizado, y se cuestiona la conveniencia de mantener el carácter universal de los programas sociales y se propone hacerlos selectivos o, en todo caso, privatizarlos ya que la mayor parte de los gobiernos se cuestiona su capacidad para mantener el Estado de Bienestar.

En América Latina este régimen social inició en forma tardía y en pocos países se desarrolló plenamente. Fernando Filgueira[7] distingue tres tipos de Estados Sociales en América Latina:

  1. El universalismo estratificado (Uruguay, Argentina, Chile). Son países cuya primera característica es que “hacia 1970 todos protegían de alguna u otra forma a la mayor parte de la población mediante sistemas de seguro social, de servicios de salud a la vez que habían extendido la educación primaria e inicial secundaria a toda la población.” La otra característica central es su “fuerte estratificación de beneficios, condiciones de acceso, y rango de protección en materia de seguro social y en similar medida en salud.”
  2. Regímenes duales. (Brasil, México) presentaban hasta la década de los 70 un casi universalizado desarrollo de la educación primaria y un importante aunque estratificado grado de cobertura en salud. En lo relativo a la seguridad social se presenta “un desarrollo importante del mercado formal, el estado y la protección en ciertos estados y regiones y una virtual desprotección y baja incorporación de la mayor parte de la población (ya sea vía el mercado o por la vía del estado) en otros estados.”
  3. Regímenes excluyentes. (República Dominicana, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Bolivia, Ecuador). Estos presentan sistemas elitistas de seguro social y salud y dual en materia de educación. Hacia 1970 menos del 20% de la población se encontraba cubierta por programas básicos de protección y seguridad social, igualmente en materia de salud. No así en materia educativa, en donde la expansión de la matricula primaria, con fuertes desigualdades en calidad, alcanzaba a más de la mitad de la población, y llega en algunos casos a la cobertura universal. Estos países presentan una alta heterogeneidad de la estructura social lo cual se refleja en la distribución de la riqueza nacional entre sector urbano y rural y entre diferentes áreas rurales así como centro y periferia urbana.

Actualmente, frente a las posturas que sostienen que el Estado de Bienestar resulta oneroso e incompatible con el nuevo orden económico internacional, toda vez que la competencia entre empresas las obliga a reducir los costos de producción, por lo que los Estados deben continuar reduciendo los gastos y los programas de protección social, como lo han venido haciendo desde la década de los ochentas del siglo pasado, surgen con cada vez mayor fuerza y apoyadas en el enfoque de derechos humanos, posiciones que postulan la necesidad de contar con redes públicas de protección social universal, ya que el incremento de la pobreza, el desempleo y la desigualdad propician sentimientos de exclusión y frustración principalmente entre jóvenes y desempleados.

  1. ¿Qué es el universalismo básico?[8]

A partir de sus análisis sobre el desarrollo de los Estados de Bienestar en la región latinoamericana, Felgueira propone avanzar hacia lo que denomina universalismo básico que consiste en “Una cobertura universal de prestaciones y riesgos esenciales, que asegure el acceso a transferencias, servicios y productos que cumplan estándares de calidad homogéneos otorgados sobre la base de los principios de ciudadanía, es decir, una cobertura que se distancie del principio de selección de beneficiarios de servicios a través de la demostración de recursos (prueba de medios) y de necesidad que predomina en la región, y que busque que estos sean concebidos como derechos, pero también como generadores de deberes”.

Promueve la cobertura universal de prestaciones esenciales que cumplan con estándares de calidad, ofrecidos sobre la base de principios de ciudadanía. El conjunto de prestaciones universales y de calidad ofrecidas, variará según las posibilidades y decisiones propias de cada país. En este planteamiento es fundamental mantener los equilibrios macroeconómicos, de manera que cada país opere dentro de sus márgenes fiscales. En ningún caso se promueve, como sucedió en algunos países de la región en los años ochenta, una propuesta que termine siendo insostenible y generando inestabilidad macroeconómica. El Estado, y nos referimos a un Estado renovado, adquiere en esta propuesta un papel determinante como garante del acceso y usufructo de estas prestaciones universales, así como de su calidad.

Por su concepción de derechos y por el alcance que da a las prestaciones esenciales, el planteamiento del universalismo básico tiene implicaciones significativas en el fortalecimiento de la ciudadanía, la reducción de la desigualdad y la articulación entre políticas económicas y sociales.

  1. El concepto de protección social

En la última década los significados, los enfoques, las estrategias y las medidas que se han adoptado en lo social para hacer frente a una economía globalizada, han colocado en la escena el concepto de protección social. Los alcances atribuidos a ese concepto varían según los enfoques.[9]

Tres conceptos muestran la evolución del concepto el de previsión social, seguridad social y el de protección social.

El primero surgido en la segunda mitad del siglo XIX en torno a la noción de riesgos sociales, principalmente relacionados con el trabajo y el desempleo y deriva de la traslación de las formas tradicionales e informales de compartir los riesgos mediante el apoyo familiar, los gremios y las mutualidades por la urbanización y la industrialización, para ser asumidos bajo la concepción solidarista del nuevo Estado Social. Tienen sus antecedentes en la asistencia tanto pública como privada y en las mutualidades. La previsión social es considerada como el apoyo económico otorgado a los trabajadores así como a sus familias en caso de sobrevenir la falta de medios para subsistir por motivos naturales o involuntarios derivados de accidentes, enfermedades, paros forzosos, invalidez, ancianidad o fallecimiento. Comprende de manera general los beneficios sociales que corresponden al seguro social propiamente dicho (cobertura de los riesgos de desempleo por motivos de invalidez o muerte) en cuanto a los beneficios del trabajador y por lo que se refiere a la asistencia social, comprende la asistencia médica social, la asistencia alimenticia y la asistencia complementaria a la familia. Se limita a la protección de los trabajadores asalariados y se considera un derecho del trabajador y significa la sustitución de la responsabilidad personal por la responsabilidad social de todos los patrones.[10]

El concepto de seguridad social surgió a mediados del siglo XX y tiene varias acepciones. La OIT la define como “la protección que la sociedad brinda a sus miembros, mediante una serie de medidas públicas, contra las privaciones económicas y sociales que de otra manera derivarían de la desaparición o fuerte reducción de sus ingresos, como consecuencia de enfermedad, maternidad, accidente de trabajo o enfermedad profesional: desempeño, invalidez, vejez y muerte y también la protección social en forma de asistencia médica y ayuda a las familias con hijos”.[11]

Morales Ramírez señala que de acuerdo a esta definición la seguridad social incluye al seguro social (los regímenes contributivos), la asistencia social (prestaciones financiadas con recursos fiscales que se facilitan a quienes tienen ingresos modestos) y las prestaciones universales (las que no exigen un examen previo de los ingresos o de los medios económicos). Es más amplia que la previsión social pues considera a toda la población en su calidad de productores y consumidores cuyos niveles, capacidades productivas y de consumo deben protegerse ante los riesgos que pueden afectarlas. “Los sujetos obtienen prestaciones debido a su necesaria participación como productores y consumidores en el desarrollo de la economía”. [12]

En algunos países suele hacerse una distinción entre la seguridad social y las medidas de atención a las poblaciones pobres, especialmente la asistencia social.

Por su parte, el concepto de protección social suele presentar como un concepto integrador que involucra y articula diversos objetivos, valores y políticas, y a la vez es un concepto dinámico que evoluciona con el progreso económico y social para constituir un nuevo derecho fundamental. Sin embargo, algunas instituciones como es el Banco Mundial lo presentan como un conjunto de medidas para proteger a los pobres y vulnerables.

En el Informe del Secretario General de la Organización de Naciones Unidas (ONU) de 2001 una de las definiciones adoptadas del concepto de protección social refiere a la “intervención colectiva de la sociedad a fin de proteger a sus ciudadanos de diversos riesgos y vulnerabilidades, mantener su bienestar y aumentar su capacidad de hacer frente a los riesgos”. Incluye programas y políticas públicos y privados para enfrentar contingencias a fin de compensar la falta o reducción sustancial de los ingresos derivados del trabajo, brindar asistencia a las familias con hijos, asistencia médica y vivienda a la población.

El Banco Mundial en cambio considera que se trata de ‘’una gama de medidas públicas que apoyan a los miembros más pobres y vulnerables de una sociedad, y que ayudan a individuos, familias y comunidades a manejar mejor los factores de riesgo”[13] y es a partir de esta definición que varios países de América Latina como Colombia y Honduras han incorporado el concepto en sus políticas y programas sociales.

Las Naciones Unidas, la OIT y más recientemente la CEPAL, desarrollan el concepto de protección social desde un enfoque de derechos humanos. Un texto reciente de la CEPAL señala que “La protección social tiene por objetivos garantizar un ingreso que permita mantener niveles mínimos de calidad de vida para el desarrollo de las personas; posibilitar el acceso a servicios sociales y de promoción, y procurar la universalización del trabajo decente. Para lograrlos deben considerarse tres grandes componentes: la protección social no contributiva (tradicionalmente conocida como asistencia social, que puede incluir tanto medidas universales como focalizadas); la protección social contributiva (o seguridad social), y la regulación de los mercados laborales, que consiste en normativas y estándares orientados a fomentar y proteger el trabajo decente”.[14]

En síntesis se ha transitado de un concepto de previsión social de mediados del Siglo XIX al de protección social de principios del XXI sin que exista una concepción compartida de este último concepto.

Las cuestiones que surgen a partir de las distintas interpretaciones del término de protección social son:

  • Se trata de remontar riesgos eventuales de pérdida temporal de ingresos derivados del trabajo o de la realización de los derechos económicos, sociales y culturales que hacen a la calidad de vida y al reconocimiento de la dignidad de todas las personas.
  • Los riesgos o eventualidades que se considera en la protección social, toman en cuenta los nuevos riesgos derivados de la globalización, las nuevas tecnologías, la urbanización desordenada, el deterioro del medio ambiente y las transformaciones de las relaciones sociales al nivel de familias, comunidades e instituciones.
  • Se refiere a programas dirigidos a los grupos pobres y más vulnerables o comprende una amplia gama de protecciones frente a riesgos para toda la población.
  • Se trata sólo programas públicos o se incluyen también los privados.
  • La contribución de las familias al bienestar y a la construcción y socialización de los seres humanos, realizada principalmente por las mujeres, es tomada o no en cuenta.

 

b1

Fuente: Eurostat. http://epp.eurostat.ec.europa.eu/tgm/table.do?tab=table&init=1&plugin=1&language=en&pcode=tps00099

Expenditure on social protection contain: social benefits, which consist of transfers, in cash or in kind, to households and individuals to relieve them of the burden of a defined set of risks or needs; administration costs, which represent the costs charged to the scheme for its management and administration; other expenditure, which consists of miscellaneous expenditure by social protection schemes (payment of property income and other).

b2

Fuente: OECD.Stat18 Nov 2011

 

  1. La cuestión social en México frente en el Siglo XXI.

El ingreso de México al siglo XXI viene acompañado de varias deudas sociales que se han acumulado a lo largo de los siglos anteriores y que aparecen como irremontables tales como la persistente pobreza, la profundidad de la desigualdad del ingreso y la riqueza, la exclusión por discriminación de amplios grupos de la población como los indígenas, las mujeres, las personas con discapacidad, las personas con diversa orientación sexual, ciertos grupos de trabajadores como las trabajadoras domésticas, las mismas poblaciones pobres, etc.

A esas deudas sociales se agregan nuevos riesgos para la población como el envejecimiento, la informalidad, la violencia criminal y la violencia doméstica y escolar, las migraciones internas e internacionales, la urbanización desordenada, el abuso de sustancias adictivas y sus consecuencias, la desigualdad tecnológica y los riesgos de las nuevas tecnologías, la explotación y destrucción de recursos naturales con fines económicos, las pandemias y las crisis de la economía global.

No se trata ya de riesgos individuales o familiares sino con frecuencia, de afectación a colectivos amplios que ven cambiar sus vidas de un día para otro, destruidas sus bases de sustento económico, la fragilidad y volatilidad de sus fuentes de ingreso, la muerte anticipada de sus miembros, la pérdida de sus patrimonios por gastos catastróficos, el aumento de las discapacidades físicas y mentales, la necesidad de abandonar sus territorios y buscar refugio en otras tierras y la de sobrevivir en la ilegalidad, la inseguridad y el miedo e incluso la de verse sometidas a condiciones indignas de vida y trabajo, riesgosas para su integridad y sobrevivencia física.

Se trata de deudas históricas y cambios profundos en la vida de las personas de tipo social, económico, cultural y político. Se relacionan con rupturas del tejido social, de la transformación de los ámbitos de socialización de los seres humanos como la familia, la escuela, los grupos de pares y las comunidades laborales, de la deconstrucción de colectividades solidarias y empáticas, donde cada uno es responsable de los demás y está bajo la responsabilidad de todos e incluso, del cambio del concepto de espacio vital.

La intervención de nuevos agentes como los medios de comunicación y las nuevas tecnologías de la información influye en la cultura y en el sentido de las relaciones sociales y da lugar a redes virtuales donde la presencia física y el contacto humano desaparecen y no se consideran necesarios. Si bien significan oportunidades nuevas de acceso a la información, al conocimiento e incluso a nuevas modalidades de servicios sociales, también generan nuevas exclusiones, riesgos y vulnerabilidades.

La extensión de las vulnerabilidades se amplía y se vuelve más compleja. Ya no son sólo las personas en situaciones de pobreza, generalmente concebida como insuficiencia de ingresos o de oportunidades de acceso a la salud y a la educación y hacia las cuales se han dirigido los programas de transferencias de ingreso, condicionados y no condicionados, que han dominado la política social en la región latinoamericana en los últimos quince años.

Aparece una proporción creciente de población envejecida y con discapacidades de distinto tipo, de enfermos crónicos, de personas afectadas permanentemente por el consumo de sustancias adictivas, de personas discapacitadas física y/o mentalmente por la violencia, el abuso y la explotación y por los accidentes viales, de niños y niñas huérfanos o abandonados y de personas desplazadas de sus comunidades de origen por la violencia y/o las catástrofes ambientales. Todo ello frente a la ausencia de programas y fondos públicos y privados suficientes y pertinentes para atender esas nuevas vulnerabilidades, que por lo tanto, recaen en las familias, las empobrecen y limitan la movilidad principalmente, de las mujeres.

  1. Principios, criterios y dimensiones del enfoque de derechos humanos en una nueva concepción de Estado de Bienestar en México para el Siglo XXI.

A la luz de los nuevos retos sociales de México a principios del siglo XXI, parecería útil recuperar los fundamentos de la perspectiva de los derechos humanos (DDHH) aplicados a la cuestión social y avanzar en los principios, objetivos, estrategias y programas de una concepción actualizada de Estado de Bienestar, a fin de incorporar los nuevos riesgos sociales y las nuevas vulnerabilidades.

  1. Reconocer que todos somos dignos por nuestra calidad de personas y el Estado tiene la obligación de respetar, proteger, garantizar y promover todos nuestros derechos humanos[15] tanto los civiles y políticos (DCP), como los económicos, sociales, culturales y ambientales (DESC). Cuando el Estado promueva que terceros como son las empresas, las organizaciones filantrópicas, las organizaciones sociales o civiles, colaboren en la realización de los derechos humanos, inclusive los económicos, sociales y culturales, prevalece su obligación de protección para evitar la conculcación de esos derechos por terceros, como sería la discriminación, exclusión o la mala calidad o el engaño en los bienes y servicios ofrecidos.
  2. Reconocer la universalidad, inalienabilidad, la indivisibilidad e interdependencia de los derechos humanos como fundamento para la construcción de un nuevo Estado de Bienestar[16]. La complejidad de la realidad social pone en evidencia la indivisibilidad y la interdependencia entre los derechos humanos y demanda de intervenciones complejas en los social, lo político, lo económico y lo cultural. La vulnerabilidad económica evidenciada por la pobreza y por la desigualdad guarda una estrecha relación con la falla en los sistemas de justicia que soslayan la corrupción, la ilegalidad, la concentración y el abuso de los recursos. La violencia en los campos económicos como el despojo, la extorsión, los sobreprecios en tarifas o la violencia social como son los secuestros, las violaciones, las desapariciones, las discapacidades y muertes por accidentes de tránsito, o el abandono se relacionan con el acceso a la justicia, a la reparación del daño, a la no repetición y a la realización de los derechos políticos como la elecciones periódicas, la revocación del mandato, la rendición de cuentas, la transparencia y la participación.

 

  1. En materia de DESCA otras obligaciones[17] del Estado son:
  • Definir un programa para alcanzarlos;
  • Participación social en la definición de las acciones del Estado para cumplir sus obligaciones;
  • Aplicar el máximo de recursos disponibles;
  • Obligación de progresividad y no regresividad;
  • Garantizar niveles esenciales de los DESC definiendo estándares básicos de compromiso que vayan avanzando en el tiempo;
  • No discriminar y equidad de género;
  • Atención prioritaria a grupos en desventaja o vulnerables;
  • Producir, publicitar y hacer accesible información para el control ciudadano de las políticas públicas (económicas y sociales);
  • Rendición de cuentas y transparencia;
  • Adoptar medidas inmediatas de orden interno para la plena efectividad de los derechos como: modificar los ordenamientos jurídicos internos; definir recursos efectivos ante tribunales que ampare a la persona contra actos que violen sus derechos reconocidos por ley; sancionar los delitos cometidos por servidores públicos y agentes privados que violen o atenten contra los DESC

 

  1. Las dimensiones de los DESCA[18] para asegurar su realización son:
  • La accesibilidad económica y física hace referencia a que los establecimientos, bienes y servicios públicos en materia del derecho estén al alcance de todos y todas, física y económicamente (demanda) y sin discriminación de las personas.
  • La disponibilidad se relaciona con la existencia de una oferta suficiente de los bienes y servicios determinantes de la realización de los derechos.
  • La aceptabilidad (calidad) incluye la pertinencia, la adecuación cultural y la buena calidad de los medios, herramientas o servicios que permiten la realización de los derechos.
  • La asequibilidad (adaptabilidad) consiste en la flexibilidad de esos medios para adecuarse a las necesidades diferenciadas de los grupos de población por sus requerimientos especiales como la presencia de discapacidad, la edad, orientación sexual, su aislamiento físico y social, entre otros y a las necesidades de sociedades y comunidades en transformación

La declaración de la cobertura universal de un derecho como el del acceso a los servicios de salud como sucede con la propaganda en torno al Seguro Popular no se sostiene en tanto la disponibilidad de infraestructura, profesionales de la salud e insumos en equipo y medicamentos no se encuentre disponible de manera homogénea para todos y todas en todo el territorio nacional; tampoco se sostiene cuando la calidad de los servicios sea desigual y su aceptación cultural no tenga en cuenta la diversidad de las personas.

  1. Obstáculos políticos para instrumentar un Estado de Bienestar en México

Naturaleza del Estado Nacional en la era de la globalización

  • Estado aliados con los poderes económicos: Apoyo a los sectores de altos ingresos y a las empresas como posibles salvadores de la crisis económica. Gobiernos conservadores y sectores de población conservadores. Apoyo y desregulación del ingreso de capitales e inversiones externas. Estados directamente tomados o controlados por los poderes fácticos.
  • Reducida capacidad de regulación y en algunos casos, desinterés por ejercerla en los mercados y hacia las empresas extranjeras y los poderes fácticos
  • Crisis presupuestal: Desinterés, dificultad por falta de acuerdos políticos o negación al cobro de impuestos a los sectores ricos: empresas y personas: Ingresos del Estado dependiente de impuestos sobre la renta de sectores medios, de impuestos al valor agregado y de las renta derivada de la extracción y explotación de recursos naturales: petróleo, gas, tierras, recursos minerales, recursos turísticos; impactos de las crisis económicas y del cambio climático en la situación financiera del Estado;
  • Organización del Estado incapaz de sustentar la implantación de un Estado de Bienestar: Temporalidad limitada de las administraciones y falta de continuidad entre las administraciones para implementar políticas de largo plazo; recursos del presupuesto comprometidos en un porcentaje elevado que dejan poco margen para la innovación; prácticas clientelares con los programas sociales; deficientes capacidades profesionales de los servidores y funcionarios públicos; contextos políticos volátiles; vulnerabilidad de los estados por los cambios en las prioridades de la comunidad internacional; estructuras legales e institucionales anacrónicas.
  • Altos niveles de corrupción e impunidad en la gestión estatal en todos los niveles de gobierno y ausencia de mecanismos de rendición de cuentas y revocación de mandato

 

Existencia de coaliciones interesadas en mantener el estatus quo: sindicatos, gremios profesionales; empresas proveedoras, organizaciones o grupos que detentan el control de recursos y posiciones de poder en los sectores sociales

 

Desarticulación y disputas entre los tres niveles de gobierno, situación que se agrava en las zonas metropolitanas. Falta de adecuación y actualización de la arquitectura institucional de los gobiernos municipales. Corta duración de los periodos de gobierno. Heterogeneidad municipal.

Contexto de violencia estructural o violencia crónica en el país y en territorios específicos dentro de México. Destino de amplios recursos y centralidad de la atención del Estado a los temas de seguridad pública.

Retos:

  1. Capacidad y voluntad política para la transformación de la institucionalidad social existente. Afectación de los intereses de grupos históricamente beneficiados por la institucionalidad social pública como son los sindicatos de servidores públicos, las empresas proveedoras, los funcionarios que reciben altas remuneraciones e ingresos, los gremios y grupos de poder profesionales, entre otros
  2. Capacidad y voluntad de financiación por parte del Estado: aumentar la recaudación y/o redefinir prioridades del gasto público para canalizar recursos hacia los sectores del bienestar. Aceptar financiar los servicios sociales con recursos de los impuestos generales y sustituir regímenes contributivos. Anuencia de los sectores medios de financiar el sistema.
  3. Sustentabilidad del modelo en el tiempo. Capacidad para formar coaliciones políticas que sostengan la implantación, operación y sostenibilidad del modelo de Estado de Bienestar.
  4. Capacidad de concitar la participación ciudadana en la diversidad y lograr consensos, solidaridad, compromiso e interés en el desarrollo y funcionamiento de la institucionalidad para instaurar un Estado de Bienestar
  5. Capacidad para generar una oferta adecuada y pertinente de servicios de calidad y aceptables para toda la población con un compromiso de servicio, reconocimiento de la dignidad de las personas, sin discriminación, con equidad de género, sin abuso de los recursos públicos, con trasparencia, con rendición de cuentas y con mecanismos de exigibilidad y justiciabilidad por los usuarios que garanticen el ejercicio de derechos.
  6. Capacidad para regular y sancionar en su caso, los abusos de terceros cuando son proveedores de bienes y servicios sociales.
  7. Capacidad para sostener el proyecto en el largo plazo a fin de dar tiempo a las modificaciones institucionales necesarias, los cambios en la cultura de la gestión pública, la redistribución de responsabilidades entre familia, estado, mercado y comunidad y entre niveles de gobierno.
  8. Desarrollo de una cultura cívica. Responsabilidad de los usuarios de los servicios sociales que eviten engaños, abusos, simulaciones y mal aprovechamiento de las instalaciones y de los recursos públicos utilizados y que garantice la participación ciudadana en su diseño, operación y evaluación.
  9. Construcción de un nuevo pacto social que alcance acuerdos explícitos de redistribución de las responsabilidades del bienestar de las y los mexicanos entre el Estado, el mercado, las familias y la comunidad; entre sexos y generaciones y entre niveles de gobierno federal, estatal y municipal.

Bibliografía

Carlos Gerardo Molina (ed.). Universalismo básico: Una nueva política social para América Latina. BID, 2006, pág. 21.

Fernando Filgueira, Tipos de welfare y reformas sociales en América Latina. Eficiencia, residualismo y ciudadanía estratificada en “Social Policy and Social Citizenship in Central America”, Social Science Research Council. Guadalajara, 1997.

INCIDE Social, Diplomado de Política Social, INDESOL, 2007-2009.

Instituto Interamericano de Derechos Humanos. Protección internacional de los derechos económicos, sociales y culturales: Sistema Universal y Sistema Interamericano. Instituto Interamericano de Derechos Humanos. IIDH, Costa Rica, 2008. 406 p.

Morales Ramírez, María Asención, Protección social. ¿Concepto Dinámico? en Revista Latinoamericana de Derecho Social, Núm. 2, enero-junio 2006: pp. 201-222

ONU, Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos. Volumen I. Recopilación de las observaciones generales y recomendaciones generales adoptadas por órganos creados en virtud de tratados de derechos humanos. HRI/GEN/1/Rev.9 (Vol. I), 27 de mayo de 2008.

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http://www.un.org/es/documents/udhr/

http://www.sochealth.co.uk/history/beveridge.htm

 

[1] Los tres instrumentos internacionales fundamentales en material de derechos económicos, sociales y culturales de los que México es Estado Parte son: la Declaración Universal de Derechos Humanos, el Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales y Culturales y el Protocolo Adicional a la Convención Americana sobre derechos humanos en materia de derechos económicos, sociales y culturales, “Protocolo de San Salvador”.

[2] INCIDE Social, Diplomado de Política Social, INDESOL, México, 2007-2009.

[3] La Organización Internacional del Trabajo (OIT) fue creada en 1919, como parte del Tratado de Versalles del Tratado de Versalles. Años después, la Declaración de Filadelfia fue incorporada a la Constitución. En 1946, la OIT se convirtió en una agencia especializada de la Organización de las Naciones Unidas. Véase http://www.ilo.org/global/about-the-ilo/history/lang–es/index.htm

[4] La Carta del Atlántico es una declaración conjunta suscrita el 14 de agosto de 1941 por Franklin Roosevelt y Winston Churchill, en representación de los Estados Unidos y Gran Bretaña. La Carta era una afirmación de «ciertos principios comunes en la política nacional de nuestros países respectivos, en los cuales radican las esperanzas de un mejor porvenir para la humanidad.» Constaba de ocho puntos, en su principio 5 señala: Desean realizar entre todas las naciones la colaboración más completa, en el dominio de la economía, con el fin de asegurar a todos las mejoras de las condiciones de trabajo, el progreso económico y la protección social. http://www.un.org/spanish/aboutun/history/charterhistory/atl.html

[5] http://www.un.org/es/documents/udhr/

[6] http://www.sochealth.co.uk/history/beveridge.htm

[7] Fernando Filgueira, Tipos de welfare y reformas sociales en América Latina. Eficiencia, residualismo y ciudadanía estratificada en “Social Policy and Social Citizenship in Central America”, Social Science Research Council. Guadalajara, 1997.

[8] Concepto de Filgueira, Molina, Papadópulos y Tobar en Carlos Gerardo Molina (ed.). Universalismo básico: Una nueva política social para América Latina. BID, 2006, pág. 21.

[9] Morales Ramírez, María Asención, Protección social. ¿Concepto Dinámico? en Revista Latinoamericana de Derecho Social. Núm. 2, enero-junio 2006, pp. 201-222.

[10] Morales Ramírez, 2006. op. cit.

[11] Citado por Morales Ramírez (2006) de OIT, Introducción a la Seguridad Social, Ginebra 1984, pág. 3; aclarando además que esta definición incluye las mismas eventualidades contenidas en el Convenio núm. 102 de esa Organización, el más importante en materia de Seguridad Social, aclarando además que estas eventualidades sólo surten efecto en lo individual, en tanto que las colectivas en los regímenes de seguridad social, son atendidas por la asistencia social.

[12] Tomado por Morales Ramírez (2006) de la OIT, Informe del Trabajo en el Mundo 2000, Ginebra 2000, pág. 32.

[13] Citado por Morales Ramírez, 2006, pág. 208.

[14] Simone Cecchini y Rodrigo Martínez. Protección social inclusiva en América Latina. Una mirada integral, un enfoque de derechos. CEPAL y GIZ. Santiago de Chile. 2011.

[15] Proteger es la obligación del Estado de otorgar garantías para prevenir que los derechos sean violados o restringidos por la acción de terceros; respetar se refiere a que el Estado no debe interferir en la libertad de acción y uso de los recursos propios de cada individuo y de las colectividades; garantizar, satisfacer o cumplir significa que el Estado debe asegurar de manera plena, el disfrute de los derechos y debe adoptar todas las medidas necesarias para garantizar a todas las personas que se encuentran bajo su jurisdicción, la oportunidad de satisfacer adecuadamente las necesidades reconocidas en los instrumentos de derechos humanos, que no pueden alcanzar mediante el esfuerzo personal. Esta obligación se subdivide en facilitar, proporcionar y promover. La obligación de promover, agregada en el Sistema Interamericano, se caracteriza por el deber del Estado de desarrollar condiciones para que los titulares del derecho accedan al bien. Instituto Interamericano de Derechos Humanos. Protección

internacional de los derechos económicos, sociales y culturales: Sistema Universal y Sistema Interamericano. Instituto Interamericano de Derechos Humanos. IIDH, Costa Rica, 2008. 406 p.

[16]La universalidad se refiere a que los derechos corresponden a todas las personas y todas las personas tienen igual condición con respecto a ellos; la inalienabilidad es que no se puede ser despojado de ellos por otros, ni se puede renunciar a ellos voluntariamente; la indivisibilidad habla que los derechos civiles, políticos, económicos, sociales, culturales son igualmente necesarios para una vida digna. No se pueden reprimir algunos para promover otros.; la interdependencia es que todos los derechos están relacionados entre sí y no hay una jerarquía entre ellos. Ibídem.

[17] ONU, “Observación General Nº 3. La índole de las obligaciones de los Estados Partes (párrafo 1 del artículo 2 del Pacto). Comité PIDESC” en Instrumentos Internacionales de Derechos Humanos. Volumen I. Recopilación de las observaciones generales y recomendaciones generales adoptadas por órganos creados en virtud de tratados de derechos humanos. HRI/GEN/1/Rev.9 (Vol. I), 27 de mayo de 2008.

[18] Ibídem.

Políticas de Derechos y Protección Social

 

El tema de esta mesa relaciona dos vertientes de la reflexión sobre el bienestar social que están tratando de vincularse para clarificar las responsabilidades e interrelaciones entre los distintos actores sociales que participan en los sistemas de bienestar social. Esos actores son el Estado, el mercado, las familias y la comunidad, misma que incluye a las organizaciones sociales, civiles, políticas, las iglesias, etc.

Entendería que el mayor interés de la misma radica en clarificar el rol que juegan las organizaciones civiles y asistenciales en los sistemas de bienestar social.

Ahora bien, las dos vertientes de reflexión se refieren por una parte a la promoción en los últimos 15 años, de las obligaciones del Estado Mexicano en la realización de los derechos económicos, sociales y culturales como derechos humanos, con igual jerarquía que los derechos humanos civiles y políticos, y que hacen a la dignidad de las personas y al bien vivir.

La segunda vertiente de reflexión avanza en una definición amplia de protección social que va más allá de la cobertura de los riesgos de las poblaciones que trabajan bajo relaciones asalariadas, origen del concepto, para incluir a toda la población. No sólo considera una red de protección de riesgos ante eventualidades como el desempleo, la enfermedad, los accidentes, la muerte, la vejez y la asistencia a las familias, sino también la seguridad de acceso a bienes y servicios que permiten el desarrollo humano y el bien vivir de toda la población como la vivienda, la educación y el acceso a la cultura y a la tecnología.

El bienestar social puede ser entendido como el estado en el cual la sociedad, y no solamente una parte de ésta logra satisfacer todas sus necesidades fundamentales de forma perdurable y sostenible, incluyendo las responsabilidades entre generaciones. El grado de bienestar en determinado momento no puede ser visto como algo permanente, sino como algo siempre sujeto a mejoras.

Asumido el bienestar social como “el conjunto de cosas para vivir bien”, es posible considerar que Protección Social sea el conjunto de instrumentos utilizados por el Estado con objetivo de promover y mejorar este bienestar. Desde el enfoque de derechos humanos, no necesariamente significa la provisión universal por parte del Estado, sino que incluye las obligaciones de respetar cuando las personas pueden resolver sus necesidades por si mismas, las de proteger, cuando la satisfacción de alguna necesidad implica una relación con terceros y las de promover, como sería el apoyar las organizaciones sociales y civiles y a las empresas que contribuyen a la provisión de protección social.

La CEPAL recogiendo los debates que en América Latina se han venido dando entre derechos humanos y protección social en los últimos años, señala como objetivos de esta “garantizar un ingreso que permita mantener niveles mínimos de calidad de vida para el desarrollo de las personas; posibilitar el acceso a servicios sociales y de promoción, y procurar la universalización del trabajo decente. Para lograrlos deben considerarse tres grandes componentes: la protección social no contributiva (tradicionalmente conocida como asistencia social, que puede incluir tanto medidas universales como focalizadas); la protección social contributiva (o seguridad social), y la regulación de los mercados laborales, que consiste en normativas y estándares orientados a fomentar y proteger el trabajo decente.”

CEPAL adopta “una concepción de la protección social —explícitamente radicada en los derechos económicos, sociales y culturales— aun más amplia y proactiva, que incluye a los individuos y familias en todas las etapas del ciclo de vida y considera entre sus funciones la promoción del trabajo decente. Asimismo, la protección se encarga de asegurar el acceso no solo a la salud y la vivienda, sino también a la educación y otros servicios sociales”.

Se reconoce que “otros tres grandes actores —el mercado, las familias y las organizaciones sociales y comunitarias— son también proveedores de bienestar y protección social y que un sistema integral de protección tiene que tomar en cuenta sus interacciones. Sin embargo, la responsabilidad primaria de garantizar los derechos económicos, sociales y culturales recae sobre el Estado” al concebirse la protección social como un derecho y no como un privilegio.

 

Las OSC y la protección social.

 

De los tres componentes de la protección social, la contributiva o seguridad social, la no contributiva o asistencia social y la regulación de los mercados laborales, el sector de las organizaciones sociales, civiles y comunitarias que proveen directamente bienes y servicios para el bien vivir de grupos específicos de personas, participa directamente en la protección social no contributiva o asistencia social y con frecuencia suple las ausencias de servicios del Estado. En México constituyen la mayoría, tanto por número como por manejo de recursos, de las organizaciones civiles. Son también el sector más antiguo de las organizaciones y atienden a grupos vulnerables generalmente desatendidos o insuficientemente atendidos por las instituciones y programas del Estado. Experimentan la ausencia de una política de Estado en materia de asistencia social y como todo el sector de organizaciones civiles, sociales y comunitarias, sufren de la escasez de recursos, excepto las relacionadas con las pocas empresas que asignan fondos para la filantropía.

 

Son muy reducidas las experiencias de organizaciones sociales, civiles o comunitarias que desarrollen modalidades contributivas de protección social como pudieran ser las mutualidades y las cooperativas de servicios.

 

Me interesa destacar tres otros grupos de organizaciones civiles que participan en las políticas de derechos y en la protección social: las que realizan incidencia en políticas públicas, las que defienden y promueven los derechos económicos, sociales y culturales de las personas y las que ejercen actividades de contraloría social y evaluación de las políticas de protección social.

 

Desde INCIDE Social participamos en la incidencia en políticas públicas de protección social o de desarrollo social mediante investigación, desarrollo metodológico, capacitación, articulación y diálogo, así como en actividades de contraloría social o vigilancia, mediante el Observatorio de Política Social y Derechos Humanos y el desarrollo de herramientas para fijar estándares mínimos de evaluación de programas sociales.

La cuestión social en México

 

En mi intervención quisiera compartir con ustedes una reflexión sobre la cuestión social en México de manera general.

Tradicionalmente al referirnos a lo “social” buscábamos examinar cómo andábamos en materia educativa, analizábamos los avances o déficits en materia de acceso de la población a servicios de salud, a viviendas e infraestructura como agua potable, energía, drenaje, la incorporación de personas a los sistemas de seguridad social o bien, revisábamos qué estaba ocurriendo en materia de empleo e ingresos de las personas y las familias.

Educación, salud, seguridad social, vivienda, infraestructura urbana, empleo e ingreso se constituyeron en las vertientes del bienestar humano que como sociedad nos preocupaban y que  colocamos durante muchos años en la mira como los campos del bienestar social sobre las cuales tendríamos que trabajar como sociedad para acceder a mejores niveles de vida.

Es importante reconocer que como sociedad, realizamos avances importantes, construimos una gran infraestructura: escuelas y universidades, hospitales y clínicas, grandes urbes con  servicios, conjuntos habitacionales que llegaron a ser reconocidos como los más grandes de América Latina y protegimos a cerca del 50% de la población  por la seguridad social. Desarrollamos servicios de transporte y comunicación, instalaciones deportivas y de recreación, bibliotecas, parques.

Fue un esfuerzo colectivo enorme y lo logramos porque en paralelo, tuvimos un crecimiento de la economía que durante varias décadas alcanzó en promedio cada año, de seis por ciento. Este crecimiento de la economía y la naturaleza de las actividades económicas en las que estaba basado, fundamentalmente las industriales, generaron durante varias décadas suficientes fuentes de trabajo e ingresos para las personas que vivían en las ciudades y para aquellas que se trasladaron  desde las zonas rurales. Hablábamos del milagro mexicano.

Pero en la década de los años setenta del siglo pasado algo se quebró en la trayectoria de crecimiento y mejoría en el bienestar de la población. La inflación apareció como un fenómeno alarmante, la economía ya no generaba suficientes empleos protegidos y decentes como se llaman ahora, el modelo de crecimiento fundado en el desarrollo del mercado interno y la protección de la industria de la competencia externa, ya no podía prolongarse más por los altos precios que estaba pagando la población y por los precarios esfuerzos que los industriales realizaron para mejorar su productividad y competitividad.

Fue en esa década que comprobamos que a pesar de los esfuerzos realizados, la pobreza de amplios sectores de la población persistía, y el modelo adoptado no logaba abatir en la medida de lo esperado, la enorme desigualdad entre los pobladores del campo y los de la ciudad. Para entonces se empezó a hablar del surgimiento de actividades informales y de amplias zonas de poblamientos marginales en las ciudades. Netzhualcoyotl como un enorme conglomerado urbano marginado, aparece como una gran sorpresa en el Censo de Población de 1970.

En la cuestión social empezamos en ese entonces a debatir un programa de empleo y se realizó un enorme esfuerzo por recuperar y reconocer el aporte de la economía campesina como generadora de alimentos para las ciudades y de  divisas provenientes de sus exportaciones, para financiar el desarrollo industrial y urbano del país, todo ello a costa de  la pobreza de millones de habitantes de las zonas rurales del país.

También en la década de los años setenta del siglo pasado, empezaron a hacerse visibles organizaciones ciudadanas que promovían y defendían agendas de derechos humanos, de las mujeres y del medio ambiente. Incorporaron así el tema de la diversidad en el debate de lo social y cultural, lo que en décadas posteriores se fue enriqueciendo con las organizaciones y movimientos sociales en defensa de las agendas de derechos de la infancia, de la población indígena, de las personas con discapacidad y de la población LGTB. Fue entonces cuando también empieza a fracturarse el Pacto de Gobierno, Empresarios y Trabajadores que subyacía en el modelo del milagro mexicano anterior y que tuvo su último impulso en la Comisión Nacional Tripartita de 1973.

Todos los aspectos de la realidad social mexicana que emergieron en la agenda pública durante el último cuarto del siglo pasado como son:

  • la persistencia de la pobreza rural y el surgimiento de la pobreza urbana;
  • la presencia de la desigualdad en el ingreso y en la riqueza entre clases sociales y en el territorio nacional,
  • la existencia de discriminación y exclusión por género, grupos etarios, etnia, reiligió y diversidad sexual

nos daban claros indicios de la necesidad de repensar el modelo sectorial de política social y de promover una profunda Reforma Social basada en derechos y que reconociera la heterogeneidad y diversidad de la sociedad mexicana. Una reforma que recuperara el objetivo del bienestar de la población, que se preocupara por la cohesión social y protegiera el tejido social. Pero fundamentalmente, que nos permitiera ver un nuevo horizonte hacia el cual avanzar en forma solidaria y mantuviera la idea de nación.

Treinta años han pasado de esa década de rupturas con el modelo de crecimiento estabilizador de las décadas previas. En los ochentas iniciamos una profunda Reforma Económica conservadora y ortodoxa, que hasta la fecha no muestra efectos claros en materia de crecimiento y generación de empleos decentes, principal gozne entre lo económico y lo social. En los noventas concretamos una Reforma Electoral que no política, que nos permitió tener elecciones creíbles en 1997, 2000 y 2003 y avanzar en lo que  pensamos sería una sociedad más democrática.

Pero examinemos ahora cuál es el saldo en materia social, que ha contribuido -al igual que lo económico, lo político y lo cultural- al desastre en materia de violencia social y criminal y a los retrocesos que en materia de derechos civiles, políticos, sociales, económicos y culturales  enfrentamos actualmente en todo el territorio nacional:

  • Instituciones y políticas sectoriales en educación y salud, capturadas por intereses de grupos, y que no logran actualizarse ni en infraestructura, personal y tecnología, ni integrarse, universalizar el acceso y homologar sus servicios en todo el territorio nacional, y ser más pertinentes a la compleja realidad actual.
  • Instituciones y políticas de vivienda e infraestructura urbana que por avaricia e irresponsabilidad pública y privada, nos dejan un reguero de desarrollos de vivienda en todo el territorio nacional, alejados de las ciudades, con tamaños mínimos de las viviendas y ausencia de espacios sociales para la convivencia y un  caldo de cultivo para la violencia.
  • 150 programas sociales federales y seguramente muchos más estatales y municipales, desarticulados, focalizados en poblaciones específicas pero que en el territorio no se encuentran ni coordinan, ni provocan sinergias que realmente contribuyan a mejor las condiciones de vida de los grupos más marginados a los cuales están focalizados.
  • La creación de institutos e instancias para las mujeres, los jóvenes y los adultos mayores, para los temas de discriminación (CONAPRED) y Derechos Humanos y múltiples intentos por hacer transversales los enfoques de género, medio ambiente y derechos humanos en los programas sectoriales y en las actividades de todos los poderes del Estado y órdenes de gobierno.

Constatamos algunas ausencias importantes:

  1. Una política integral para juventud en una etapa crítica en la historia demográfica del país y de la cual depende que seamos un país viable en el futuro o continuemos en el despeñadero, destrucción y retrocesos en que hemos caído.
  2. Una política de infancia que reconozca que los seres humanos somos también una construcción social y no solo requerimos de bienes materiales para nuestro desarrollo, sino de ambientes psico-afectivos, de seguridad y culturales propicios.
  3. Una política hacia las familias que reconozca su aporte a la construcción de seres humanos, su diversidad y las enormes dificultades que enfrentan frente a las múltiples crisis que estamos viviendo.
  4. Una política relacionada con el envejecimiento que permita prever y construir los servicios y capacidades que serán necesarios ante el proceso de cambio de la estructura de edades de la población mexicana.
  5. Una política social urbana que asuma la complejidad de las relaciones sociales que se dan en las ciudades, el desorden y segmentación que existe en su desarrollo territorial y la intolerable convivencia de la desigualdad.

En fin, en una sociedad crecientemente compleja, diversa y profundamente desigual y crecientemente violenta, constatamos la ausencia de una  Reforma Social fundada en derechos, que recupere la solidaridad y la corresponsabilidad de todos y todas. Una reforma que surja de un nuevo Pacto Social que incluya a los nuevos actores y colectivos sociales y las demandas e intereses territoriales.

Es una reforma demasiado importante como para dejarla en manos de los traficantes de la política y de las voraces élites económicas. Su construcción e instauración tiene que ser un  proceso colectivo de diálogo y construcción de consensos desde las comunidades, pueblos y ciudades de manera que se constituyan en agendas de cambio que recuperen la centralidad del ser humano en el proyecto de país y obliguen a aquellos y aquellas que quieran acceder a posiciones de poder público a comprometerse con ellas y a cumplirlas.

Es urgente que empecemos a encontrarnos, a organizarnos y a dialogar fuera de los marcos que nos determinan los intereses políticos actuales, y que construyamos un enorme movimiento ciudadano en torno a  una Reforma Social Posible.