Vivimos una época de profunda incertidumbre sobre el futuro; sobre ¿cómo nos afectará a nosotros y a nuestros hijos y nietos el deterioro del medio ambiente o los efectos positivos y negativos del desarrollo tecnológico? o ¿qué ocurrirá con la relocalización económica en la distribución de las riquezas, los empleos y los ingresos?
A muchos nos tiene azorados las expresiones más recientes de guerras incontrolables, resurgimiento del fascismo, del terrorismo y de las ortodoxias religiosas, del suprematismo blanco, de dictaduras populistas de diverso signo y por lo tanto, de la evidente incapacidad e insuficiencia de los modelos políticos nacionales e internacionales que se construyeron después de la segunda guerra mundial para generar acuerdos, definir reglas y límites y respetar los derechos humanos.
Como país los cambios geopolíticos, culturales y económicos a nivel mundial nos están asignando un papel que asumimos simplemente como un hecho, cuando tendrán un efecto profundo en todo el territorio tanto en lo social, como en lo económico, lo cultural y en el medio ambiente.
Por ello, ante la falta de perspectiva de mediano y largo plazo que domina a nuestra pobre esfera política, resulta urgente construir escenarios posibles de futuro para nuestro país.
Creo que si desde las organizaciones de la sociedad civil y de la academia no asumimos una actividad proactiva frente a nuestro futuro, con visiones de mediano y largo plazo, todo México se convertirá en una Ciudad Juárez, como lo advertimos hace varios años: un país maquilador, que genera pobreza laboral, destruye el tejido social y de las familias, padece del crimen organizado, carece de capacidades institucionales y conduce a los adolescentes y a las juventudes al mundo de la criminalidad como opción de movilidad social.
Por ejemplo, ¿Cuál será el efecto social de la relocalización industrial si no presionamos a gobiernos y a empresas para que tomen responsabilidad sobre el bienestar de los trabajadores y sus familias, desarrollen viviendas dignas, escuelas y clínicas suficientes y de calidad, incluso servicios recreativos y propicien una mayor armonía entre trabajo y vida familiar?
Repetir la historia de usar recursos públicos para construir sólo la infraestructura necesaria para atraer la inversión externa, o actualmente, cuarteles de la guardia nacional para brindar “seguridad” como en Acapulco, sólo abonará al aumento de la desigualdad y la pobreza, así como al mayor deterioro de la convivencia familiar y a mayor violencia.