Palabras de Clara Jusidman en el homenaje al Dr. Ignacio Maldonado.

2 de agosto de 2024

Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México

Me da mucho gusto participar en este merecido homenaje a Nacho Maldonado, así como celebrar sus 90 años de vida.

Una vida muy fructífera, entregada a hacer el bien, a reconocer el valor de todas las personas, a desarrollar capacidades en otras para servir y atender la salud mental y emocional, así como dedicada a ayudar a poder crecer con pleno reconocimiento de nuestras identidades y del valor de nuestras potencialidades y a manejar y superar relaciones familiares conflictivas.

 A pesar de las circunstancias que obligaron a Nacho, a María y a muchos amigos y amigos a salir de sus países frente a las dictaduras militares que proliferaron en Suramérica en las décadas de los años sesenta y setenta, tenemos que celebrar también el hecho de que hayan decidido venir a México y quedarse entre nosotros, construir aquí sus familias y beneficiarnos con sus conocimientos y su compromiso con la humanidad.

Años obscuros y terribles aquellos que parecen estar retornando a nuestro continente con imposiciones de verdades y visiones únicas de distintos signos ideológicos pero que al fin se convierten en dictaduras que persiguen, amenazan y son intolerantes frente a los que consideran distintos.

Recuerdo que en aquellos años tuvieron que salir de Argentina muchos prominentes profesionales de las escuelas de psicoanálisis y psicoterapias que habían florecido y crecido en ese país. Entre ellos llegó Nacho, con Mimi Languer.

No recuerdo si conocí a Nacho por David mi esposo, cardiólogo y aprendiz de psicoanalista, que hasta el final de su vida estuvo haciendo investigaciones sobre la relación entre el estrés y las enfermedades cardiovasculares.

David y Nacho eran buenos amigos y hacían una mancuerna profesional de gran calidad. David le mandaba a Nacho a todos sus pacientes con altos niveles de neurosis con los cuales su paciencia y tanto su buen como mal trato, se habían agotado.

También entonces conocí a María, su esposa, gran conocedora de arte, que tenía una magnifica galería y que ama y crea jardines maravillosos.

Con el tiempo nuestros hijos también se conocieron y aunque por el gran involucramiento que Nacho y María y David y yo teníamos en nuestras profesiones, no desarrollaron entre ellos una relación cercana, los seis sabían que ahí andábamos los cuatro y que contaban con nosotros.

Así transcurría nuestra relación hasta que a mi me llegó la oportunidad de explotar los conocimientos y el compromiso social tanto de Nacho como de los integrantes del maravilloso Instituto Latinoamericano de Estudios de la Familia, el ILEF.

En 1997 el Ingeniero Cárdenas me dio la oportunidad de convertirme en secretaria de Salud, Educación y Desarrollo Social del gobierno del entonces Distrito Federal.

Dentro del extenso tramo de control que significaban esos tres campos, especialmente en una ciudad de 8 millones de habitantes en ese entonces, con un flujo diario de otros 5 millones que vienen a realizar distintas actividades, y con la urgente necesidad de construir capacidades institucionales de un gobierno de ciudad que por primera vez había elegido democráticamente a su jefe de gobierno, teníamos muy claras ciertos servicios y enfoques que nos interesaba establecer como parte de una política social urbana. En aquellos años lo que se entendía como política social se concentraba en los programas para superar la pobreza rural.

De los servicios que creamos mencionaré los dos en los que Nacho y el ILEF apoyaron de manera generosa y amorosa, poniendo todos sus conocimientos y relaciones para que lo lográramos y una tercera que a Nacho le interesaba especialmente.

La primera consistía en crear un primer nivel de atención a la salud mental comunitaria con los precarios recursos que recibió el primer gobierno democrático de esta ciudad por parte del Congreso y Gobierno federales.

Con apoyo de un consejo de 40 profesionales del ILEF, de la UAM, de la UNAM y de varias sociedades de expertos en salud mental se capacitó y acompañó a 1500 facilitadores para que pudieran recibir y orientar, en 250 centros de desarrollo social dispersos en la ciudad que logramos rehabilitar, a las personas que experimentaran algún problema de tipo emocional como depresión, angustia, violencia, miedo, estrés. Nacho y Carlos Rodríguez Ajenjo, que en paz descanse, fueron fundamentales para armar el proyecto, echarlo a andar y darle seguimiento.

Al llegar el gobierno de López Obrador, la persona que pasó a ocupar mi lugar dijo que ella no estaba mal de la cabeza y que no necesitaba reunirse con el consejo del Programa de salud mental comunitaria para conocer su contenido. Procedió a destruir y cancelar todo el proyecto de Servicios Comunitarios Integrados (SECOI) que incluía también actividades culturales, deportivas, ludotecas, talleres de estimulación temprana entre otras, con miras a construir ciudadanía y comunidad.

La segunda iniciativa consistió en el montaje y desarrollo de 16 unidades para la atención de la violencia familiar, las llamadas UAVIFs. Una en cada delegación de la ciudad y dos albergues para mujeres víctimas de violencia.

Por primera vez, el gobierno de la ciudad cumplía un mandato de ley que le ordenaba establecer ese tipo de servicios para enfrentar el creciente problema de violencia en los hogares.

Nuevamente Nacho y en este proyecto Flora Aurón, fueron centrales para su desarrollo y sostenimiento.  El excelente trabajo que realizó el equipo del ILEF  se ha podido mantener por varios años con altibajos, según cambia el interés político de las jefaturas de gobierno y su comprensión de la complejidad de la vida urbana.

El tercer proyecto derivado del interés particular de Nacho fue el inicio de talleres de masculinidades. Recuerdo que se pusieron en práctica dos, uno de ellos en Coyoacán. Siempre hemos dado prioridad a empoderar a las mujeres y a honrar sus derechos y poco hemos hecho para entender que los varones son también en parte, producto de construcciones sociales.

Fue un gobierno que duró sólo tres años, muy acosado por el gobierno federal en manos todavía del PRI, con pocos recursos y muchas limitaciones legales. El gobierno de izquierda que le siguió nunca entendió, ni le interesó atender los problemas y necesidades de la población de una enorme y compleja urbe.

Con Nacho seguimos impulsando y reflexionando sobre el tema de las familias. Creamos un observatorio sobre las políticas y los desarrollos sociales y económicos que las afectaban. Participaban personas expertas en demografía, economía, salud, género, masculinidades, violencia. Lupita Ordaz y Lilia Monroy, formadas y activas en el ILEF, desarrollaron e impartieron varios excelentes talleres para sensibilizar a servidores públicos sobre el tema.

Lamentablemente en México nunca hemos logrado comprender la importancia que tienen las familias en la construcción y a veces, destrucción de los seres humanos, y el impacto que en las mismas tienen las políticas públicas: cómo se forman y se transforman y su papel fundamental como unidad primaria del tejido social.

Personalmente estoy muy agradecida de haberme encontrado a Nacho Maldonado en mi camino personal, familiar y profesional. Muy contenta de que haya venido a iluminarnos con su sabiduría, con su gran compromiso social y sentido de responsabilidad por el bienestar de otros seres humanos.

Celebro su vida y los aportes que ha realizado a lo largo de la misma.

Agradezco a la Comisión de Derechos Humanos de la Ciudad de México la oportunidad que nos brinda de rendir este reconocimiento y agradecimiento a Nacho.