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Recepción de la Medalla al Mérito de derechos humanos

El Congreso de la Ciudad de México entregó la Medalla al Mérito de Defensoras y Defensores de Derechos Humanos en la Ciudad de México a la economista y activista Clara Jusidman y a la asociación civil Espacio Libre Independiente Marabunta.

Al recibir el galardón, Jusidman agradeció la distinción y afirmó que a pesar del trabajo de los defensores de derechos humanos en distintos niveles, frente a la crisis de violencia que se vive en el país y que se convierte en crisis humanitaria, se está perdiendo la batalla en el tema.

“Estamos realmente buscando un cambio cultural que ponga en el centro de la organización de nuestras sociedades el respeto y reconocimiento de la dignidad de todas las personas, para que podamos remontar tanta miseria, tanta avaricia, tanta maldad”, dijo.

Afirmó que otra forma de ejercer la defensa de los derechos humanos es mediante la denuncia, la exposición pública de violaciones e investigación de hechos que conmueven y pasan desapercibidos.

En ese sentido destacó la labor de los periodistas. “Los comunicadores que han sido objeto de persecución, desaparición, ejecuciones, hasta alcanzar este año la vergonzosa y triste cifra de 17 periodistas asesinados en nuestro país”, expuso ante diputados locales y la ombudsperson Nasheli Ramírez.

También hizo un reconocimiento a los defensores de derechos humanos “en esta triste etapa histórica de México”, en que desde organizaciones y en lo individual defienden o exigen justicia.

Además los que buscan justicia a las personas ante despojo de bienes comunales a comunidades indígenas, desplazamiento forzado, actos de discriminación a personas con discapacidad, adultos mayores o poblaciones callejeras o del encarcelamiento injusto.

Además de mujeres por causas de aborto, que son las que enfrentan la debilidad de las instituciones para cumplir con su obligación de proteger a la población o que abusan de su autoridad y ellas mismas cometen violaciones.

“Estos defensores y defensoras, con su comprometida acción cotidiana, visibilizan el desastroso estado en que se encuentra nuestro país, que provoca la grave crisis de derechos humanos que nos agobia”, dijo.

La exconstitucionalista consideró que hay muchas maneras de defender los derechos humanos y luchar por la justicia social, la democracia y la paz: desde buscando posiciones políticas donde procuran que se gobierne, legisle o se aplique la justicia con este enfoque.

Otros, afirmó, se incorporan a las instituciones que defienden derechos humanos, es decir son defensores desde las instituciones del propio Estado.

Destacó la Carta de Derechos contenida en la Constitución de la Ciudad de México, en la cual quedaron incorporados aquellos derechos ya reconocidos por la Constitución nacional, pero además nuevas garantías emergentes para alcanzar una vida digna.

Entre ellos mencionó el derecho a la movilidad, a la seguridad urbana y protección civil, al tiempo libre, al espacio público, y confió que en poco tiempo exista una legislación del derecho al cuidado, a la muerte digna, al deporte y a la buena administración.

En el marco del Día de los Derechos Humanos, los diputados de todas las bancadas hicieron un reconocimiento a Jusidman por su trabajo como activista y académica, conocedora y defensora de los derechos humanos, diputada Constituyente, entre otros.

El Congreso local también entregó la Medalla al Mérito a la asociación civil Espacio Libre Independiente Marabunta, por sus tareas de protección de derechos humanos, impulsar y defender causas vecinales y porque contribuye a la eliminación de ambientes violentos.

Sus integrantes participan como pacificadores, mediadores y defensores en movilizaciones en la Ciudad de México, porque promueven la convivencia respetuosa y sin violencia, además son voluntarios que trabajan por la paz con perspectiva humanista.

 

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Palabras de Clara Jusidman al recibir el Premio Nacional Benito Juárez al mérito ciudadano

Quisiera iniciar agradeciendo al Movimiento Ciudadano por haberme considerado merecedora del Premio Nacional Benito Juárez al Mérito Ciudadano por mi trayectoria. Es también un honor recibirlo con el Maestro Enrique González Pedrero quien junto con Víctor Flores Olea fueron referentes para mi generación de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Cuando Martha Tagle, Danner González  y Toño Reyes me avisaron de la decisión tomada por la Comisión Operativa Nacional del Partido realmente me sorprendieron   en razón de que una gran parte de mi actividad pública ha sido realizada fuera de la institucionalidad formal académica, política o administrativa. Es decir, dejé de pertenecer hace muchos años a cuerpos académicos y a la administración pública y me he movido con libertad en espacios muchas veces de oposición a esa institucionalidad.

Recordé que  el Movimiento Ciudadano desde su creación, optó por promover una agenda que ampliara las posibilidades de participación de la ciudadanía que no milita en partido alguno, y que además incluyera varios temas de interés de las organizaciones civiles y sociales. Más recientemente el Movimiento optó inteligentemente por incorporar entre sus candidaturas a varios ciudadanos y ciudadanas independientes reconocidos.

Recuerdo cuando alguna vez conversé con Alejandro Chanona sobre la promoción que estaban haciendo en relación con un proyecto de Ley de Participación Ciudadana que ampliara las figuras de democracia directa.

Coincidíamos en la necesidad de pasar de una democracia formal, meramente electoral, a una democracia participativa en donde los órganos del Estado pudieran regir sus actividades en base a las consultas a la ciudadanía y en el desarrollo de mecanismos de participación que permitieran  conocer las problemáticas, las necesidades y  las propuestas de la población en todo el territorio nacional.

Lamentablemente poco por no decir nada, hemos logrado en ese propósito y en cambio, el rechazo a la democracia ha avanzado especialmente entre la población joven que no vivió la experiencia de un régimen de partido único y dominante. Además, la distancia entre la clase gobernante y el pueblo es cada vez mayor y el desprestigio y la desconfianza hacia la misma, va en aumento.

Entiendo que mi actividad en la vida pública deriva de una búsqueda precisamente de que las decisiones de política gubernamental o pública, como se suele llamar ahora, sean tomadas considerando las necesidades reales y concretas que tiene la población en los diversos rincones del territorio nacional, especialmente de aquellas que no pueden atender mediante sus propios recursos la realización de sus derechos económicos, sociales, culturales, civiles y políticos. Es decir, es una búsqueda por lo que O´Donell llama nuestro derecho al Estado, de un Estado que cumpla sus obligaciones de proteger, respetar, promover y garantizar los derechos humanos de las y los mexicanos y de todos aquellos que transitan por nuestro territorio.

En esa búsqueda  me incorporé  a trabajar en instituciones del gobierno federal, después de constatar que las posibilidades de incidir en las políticas de gobierno desde la vida académica son lentas y lejanas.

Desde el interior del Gobierno Federal me propuse generar información y algunas herramientas públicas para atender los crecientes déficitis de empleo digno mismos que eran desconsiderados en el diseño de las políticas de desarrollo de los años setenta del siglo pasado y que aún ahora, siguen siendo relegados.

Como economista que debió haber estudiado realmente sociología, tome conciencia de que el vínculo entre el desempeño de la economía y el logro del bienestar social en una economía capitalista se encontraba en la posibilidad de que el crecimiento económico se tradujera en la creación de oportunidades dignas de ocupación e ingresos para la población y que dada la dotación de factores de la producción en México el progreso social, la justicia y la igualdad sólo se lograrían si adoptábamos un modelo de desarrollo centrado en la generación de empleos y remuneraciones justas.

Lamentablemente desde hace poco más de 30 años, hemos ido caminando en el sentido contrario: no crecemos, no generamos empleos y contenemos los salarios. Atrofiamos el mecanismo distributivo más natural para una sociedad como la mexicana: la posibilidad de ofrecer oportunidades de ocupación formal para los millones de mexicanos que se han incorporado a la vida de trabajo por el famoso bono demográfico. Los lanzamos a la migración, a la informalidad, a la delincuencia, a la subocupación y a la pobreza.

Pero además hemos impedido que las familias realicen con plenitud y tranquilidad su tarea de inversión inicial en la construcción de seres humanos, su tarea de reproducción de la fuerza de trabajo, su trabajo de desarrollo de ciudadanos y ciudadanas. Agobiadas por la pobreza o por la amenaza de caer en ésta, se ven obligadas a echar mano de todos sus miembros jóvenes y adultos para realizar cualquier actividad que les genere un ingreso y por lo tanto, reducen el tiempo que pueden dedicar a los cuidados personales, a la crianza y desarrollo de la infancia y la adolescencia, así como de otros miembros en situación de vulnerabilidad como algunas personas mayores o con discapacidades. La OCDE reconoce que México es el país donde se trabaja el mayor número de horas y se reciben las remuneraciones más bajas.

Uno de los resultados para mi más dolorosos de más de treinta años de políticas económicas y sociales neoliberales es que hemos disminuido la calidad de los seres humanos que produce nuestra fábrica social. Desconsideramos el importante papel que siguen jugando las familias en la atención no sólo material, sino fundamentalmente psicoemocional y de transmisión de saberes para la vida de las personas. Aún en esto la carga fundamental sigue recayendo en las mujeres sin que se reconozca su aporte.

Si a lo anterior agregamos el insuficiente acceso y la intencionada reducción de la calidad de los servicios sociales públicos de educación, salud, vivienda, alimentación, seguridad social, seguridad pública y acceso a la justicia podremos entender la inseguridad, la desesperación, la desesperanza y la violencia en que viven millones de mexicanos y mexicanas.

No es por lo anterior gratuito que actualmente haya varias iniciativas y grupos que están trabajando en un nuevo proyecto de país o en una nueva constitución. La sensación de una sociedad sin rumbo y del riesgo de un colapso cercano es compartida por muchas y muchos.

Esperemos que estas iniciativas avancen y que logremos un consenso entre la diversidad pues hay un hartazgo frente a la falta de proyectos de los partidos políticos, frente a la lucha por el poder y los recursos que significa, frente a la corrupción y la impunidad, frente a la impericia de los gobernantes y frente a la violencia, la desigualdad y la injusticia.

Ojalá y lleguemos a tiempo.

Gracias nuevamente por este premio.

Mujer, judía y mexicana

 

Hacer un relato de mis experiencias y vivencias como mujer, judía y mexicana después de poco más de cincuenta años de participar en la vida pública de México no es una tarea sencilla. Significa hacer una lectura de mi historia teniendo en cuenta las diferencias que pudieron haberse dado por ser mujer y judía.

Creo que el hilo conductor del relato pudieran ser las rupturas a las normas o costumbres que tuve que ir haciendo y el impacto que en mi trayectoria y mis conductas públicas dejaron mi formación como judía mexicana y como una mujer que decidió combinar trabajo y vida familiar.

En la primera parte comento mis orígenes y referentes básicos para después pasar a examinar mis experiencias en la vida pública primero dentro las actividades de gobierno y posteriormente, desde el activismo cívico en las organizaciones de la sociedad civil.

Los primeros años

Indudablemente mi socialización en el contexto de una familia judía de clase media con altibajos en su condición económica y con situaciones precarias constantes de salud de mi madre me hicieron una persona sensible a las diferencias socioeconómicas y de oportunidades creadas por la desigualdad de ingresos y riqueza y la forma en que ello impacta en las posibilidades de acceso a alternativas de salud. Mi madre estuvo a punto de morir por una negligencia médica y padecía de bocio tóxico, enfermedad que en esa época requería de tratamientos especializados en Estados Unidos. Para atenderse tuvo que ir en dos ocasiones a la Clínica Mayo en Boston. Fueron sus hermanos los que sufragaron los gastos pues mi padre no pudo hacerlo porque no era particularmente hábil para los negocios.

Mi padre Israel Jusidman era un hombre con una enorme capacidad inventiva que había sido desviado de su camino a convertirse en un técnico en maquinaria agrícola en la Rusia estalinista. Mi abuelo lo obligó a acompañar a su hermano mayor a México. Este último tenía que entrar por dos años en acuartelamiento al ejército. Mi abuelo un comerciante ferretero importante en Ucrania, se había visto obligado a vender su negocio ante el embate de las políticas estalinistas en contra de los “burgueses” y de los judíos, por lo que había tomado la decisión de que la familia se saliera de la URSS y se trasladara a América. Envío a mi tío y a mi padre como avanzada con el dinero que había reunido con la venta de su negocio. Al final, el resto de la familia no pudo migrar. Cuando lo quisieron hacer las fronteras se habían cerrado. Mi abuelo terminó como almacenista de una empresa del Estado Soviético, el tío Grisha despareció en la Segunda Guerra Mundial y el tío Isaac pasó varios años en los campos de reclusión de Siberia.

Al llegar a México mi padre tuvo que dedicarse a ser comerciante y como muchos judíos migrantes, se convirtió en un vendedor de artículos de ferretería en ferias que se realizaban en diversas poblaciones del territorio nacional. Posteriormente logró tener una cristalería en la Zona de la Merced para terminar con una fábrica de fibra de acero a partir de maquinaria que el mismo desarrolló. En ese trayecto pasó por diversos negocios como fábricas de cubetas y artículos de fierro, de formas continuas de papelería, de cubiertos, etc. pero siempre con poco éxito económico y siempre ilusionado de lograrlo.

La imagen que de él me queda es la de un hombre con muchas potencialidades, con muchos recursos personales, muy trabajador y tenaz pero muy frustrado por sus fracasos económicos que pesaban de manera importante en el ambiente doméstico y en la relación con mi madre. Al final, a pesar de su vena humorística era un hombre triste. Me heredó una libertad de pensamiento y de creencias. Era un liberal poco aferrado a ritos y costumbres.

Mi madre Bertha Rapoport provenía de una familia religiosa. Su padre fue traído al país para ocuparse del sacrificio de animales de acuerdo al rito judío. Era lo que se llama un “shoijet” en el mercado de La Merced. Sufrió una embolia cerebral y yo siempre lo vi sentado en un sillón, con su cabeza cubierta por su gorro negro, sin rasurar y balbuceante. Al parecer había sido líder en su comunidad de Brailov, Ucrania y con el traslado a México había perdido posición social y su dignidad.

El centro de la familia de mi madre era mi abuela Sarita. Una mujer muy bajita que desde Ucrania se encargaba del sustento de la familia con la venta al menudeo también de productos de ferretería, mientras mi abuelo realizaba su trabajo comunitario y acudía al templo. La recuerdo en permanente movimiento: preparando pepinos agrios que conservaba en la terraza de su pequeño departamento, atendiendo a mi abuelo, limpiando la casa para las fiestas o cocinando las maravillosas cenas y comidas de pesaj o de Rosh Hashana que eran todo un acontecimiento familiar. Fue realmente la única abuela con la que conviví. Murió el mismo año que yo me casé y fue de quien aprendí los ritos y costumbres de la religión judía ya que los seguía con bastante apego a las normas.

Recuerdo especialmente cuando días antes del Yom Kipur, el día del ayuno, nos hacía hacer “capoires” un rito que consiste en darle vueltas a una gallina sobre tu cabeza para pasarle tus pecados. También me dejó un sentido de vida de familia ampliada donde todos colaboraban, se cuidaban, se protegían, convivían y compartían. Ella había logrado migrar con seis de sus hijos que se convirtieron en mi familia cercana que veían por mí, me protegían y generaban expectativas sobre mí futuro como padres y madres colectivos. Realmente tuve yo varios progenitores y hermanos, además de mis dos hermanos directos, Jaime y Miguel.

Mamá era la hermana de en medio de su familia, mimada por sus abuelos en Rusia, de niña se escondía en un baúl de un monasterio cuando llegaban los cosacos a acosar a los judíos en los pequeños poblados. Físicamente muy bella en su camino en México se encontró a un hombre rubio, de ojos azules, también bastante bien parecido y que resultó ser el hijo del mayorista de ferretería al que su madre Sarita le compraba la mercancía que ella a su vez vendía en Brailov. Mi padre la persiguió esperándola a la salida de su trabajo y acompañándola en el camión hasta que un día se presentó con mis abuelos a pedir su mano.

Una   mujer muy inteligente, mi madre no tuvo oportunidad más que de cursar la escuela primaria, pero tenía una sabiduría natural. Por ejemplo en materia de medicina su capacidad de diagnóstico era sorprendente y sus recomendaciones para resolver problemas de salud eran infalibles. Era muy consciente socialmente, se preocupaba por no causarle daño a nadie y por ayudar a los demás en todo lo que podía. Trataba a todos con respeto y cariño. Cada año preparaba un montón de deliciosos pasteles de miel en “Rosh Hashana” y se lo regalaba a muchas personas. Recuerdo que también preparaba “kreplaj” y las dejaba secar en la sala de la casa.

Si bien seguía algunos ritos judíos no fue particularmente rígida con nosotros a pesar de sus antecedentes familiares y nos dio mucha libertad para elegir. Se convirtió en una mujer sabia. Sin embargo, la situación económica en la casa le pesaba mucho y la hacía sentirse menos frente a sus hermanos y a la comunidad judía. Tuve la fortuna de que estuviera conmigo hasta los 98 años y fue la última en irse de su generación a pesar de su precaria salud. Mis preocupaciones e intereses por lo social provienen indudablemente de mi madre, la consideración de que todas las personas son iguales y que merecen respeto y reconocimiento a su dignidad también. No recuerdo que me haya llamado la atención por tener amigos y amigas de diversos orígenes y siempre los recibían muy bien en la casa.

Un personaje central en mi vida fue mi nana Juanita Bravo una mujer muy inteligente, muy guapa y de mucho carácter. Nos cuidaba a mi hermano Jaime y a mí pues mi madre tuvo que ayudar a mi padre durante varios años en la cristalería y ambos regresaban a la casa después de las seis de la tarde. Mi nana Juanita incluso aprendió idish para ayudarnos con las tareas. Me trenzaba mi cabello de varias maneras, me vestía de indita o de china poblana y me enseñó el enorme placer que significa la comida mexicana. Era una excelente cocinera. De ella aprendí a comer picadas con cilantro, cebolla y salsa verde, romeritos con mole y tortitas de camarón, ensalada de Nochebuena con betabel y colación y gusanos de maguey fritos o en salsa. También me enseño a bordar con hilos Ancla y con bastidor de madera, las carpetas con dibujos de pájaros y flores que compraba en el mercado y a hacer piñatas en ollas de barro con engrudo y papel de china de colores enchinado con cuchillo. Nos introdujo al mundo de los pueblos rurales ya que nos llevaba a mi hermano Jaime y a mí a las fiestas de su pueblo en el Estado de Hidalgo con toda su familia. Nunca tuvo hijos, pero siempre crío en mi casa a algunas sobrinas que se convirtieron de alguna forma en mis hermanas menores. Aprendí mucho de la cultura popular de México en la convivencia con ella y con su mundo. Mi amor entrañable por México por sus costumbres, sus fiestas, su artesanía, su comida, sus colores, sus sitios se los debo a mi nana. La convivencia cercana con ella y con su familia me hizo conocer un mundo distinto al de la comunidad judía. Su relación con mi madre siempre fue de gran igualdad y cercanía.

En este contexto y en las décadas de los cincuenta y sesenta el futuro que estaba diseñado para mí era el de terminar mis estudios de preparatoria en El Colegio Israelita de México para después buscar una esposo con el cual pudiera procrear una familia judía tradicional encerrada en la comunidad, donde los hijos a su vez estudiarían en escuelas judías y se casarían con otros miembros de la comunidad. Mis relaciones sociales se desarrollarían en la escuela, en el centro deportivo israelita y en las fiestas y celebraciones en los templos. Desde mi óptica una especie de ghetto protector.

Las primeras rupturas con ese destino empezaron en la misma escuela judía donde estudié desde el kínder hasta la preparatoria. Por el ambiente familiar y por formas de trato en la escuela que nos marcaban porque mi padre no pagaba a tiempo las colegiaturas, empecé a desarrollar un rechazo a la desigualdad y a la discriminación. Había familias de la aristocracia económica judía que recibían todos los honores, presidían los comités de padres, imponían sus reglas y sus hijos gozaban de privilegios. Otros que no queríamos pertenecer a los sectores discriminados socialmente hacíamos esfuerzos por destacar de distintas maneras, para no ser relegados a las “masas” de bajos recursos.

Ahora me percato de que yo eché mano de varias estrategias: ser una excelente estudiante, una muy buena deportista y tener cierto liderazgo en mi grupo. Practicaba todos los deportes de las competencias intraescolares que se realizaban cada año entre las escuelas de la comunidad y obtenía medallas. Formaba parte de la sociedad de alumnos o de las responsables de la Cruz Roja. Acabé rompiendo los límites que me imponía mi condición socioeconómica volviendome un personaje singular.

Al terminar la escuela secundaria acometí mi primer gran reto para liberarme del encierro comunitario. Les pedí permiso a mis padres para continuar mis estudios en la Preparatoria 5 de la Universidad Nacional Autónoma de México. La negativa fue rotunda. ¿Cómo una muchacha judía iba a salir a estudiar fuera de las escuelas de la comunidad? ¿Cómo iba a ser eso visto? ¿Cuáles eran los riesgos a que me iba a enfrentar?

Era además la etapa de la vida en donde uno empezaba a tener novios con posibilidades de que al salir de la escuela preparatoria, se pudiera uno casar y cumplir el destino predeterminado. La primera de mis compañeras se casó a los 16 años y la mayoría entre los 17 y 18.

Los años de la preparatoria fueron fundamentales en mi formación. Desde niña tenía yo muy buenas relaciones con los varones: mis dos hermanos, especialmente con Jaime el menor, mis primos, los amigos de la vecindad donde vivíamos. En la preparatoria me refugié de algún modo en las relaciones de amistad con mis compañeros o con mis compañeras que tenían una perspectiva de desarrollo más allá del matrimonio. Pasaba también mucho tiempo sola. Ahí fue donde decidí que debía ir a la Universidad y que tenía que estudiar sociología. La Maestra Cecilia Diamant que me daba ética en la preparatoria y a quien respetaba y valoraba mucho, me disuadió de estudiar sociología y me sugirió que entrara a la escuela de economía.

Las jóvenes judías de mi época que continuaban estudios después de la preparatoria lo hacían en el Seminario para maestras de idish, o estudiaban sicología o decoración. Eran muy pocas que se iban a otras carreras profesionales odontología, filosofía, historia, estéticas, por ejemplo.

La primera ruptura

Les informé a mis padres que ingresaría a la UNAM a estudiar economía. En ese momento ya tenía yo la suficiente fortaleza para no ceder a sus presiones y mis padres tuvieron que aceptar aunque no entendían bien qué era lo que yo quería estudiar. Desde entonces en la comunidad era yo catalogada como “comunista” porque entre economía y comunista no había mucha diferencia en particular para aquellos que habían sufrido los rigores del comunismo estalinista. Había por fin logrado saltar la barda y acercarme al mundo amplio de la comunidad mexicana.

Mi madre no se atrevía a cuestionarme pero sé que le preocupaba que yo no me casara con un hombre judío. Difícilmente se atrevía a decirme algo. Papá estaba más alejado, inmerso en su cotidiana lucha por la sobrevivencia pero o no le preocupaba mucho lo que yo hiciera o no era tan consciente de los riesgos de sanción social de la comunidad judía como mi madre. En mi familia ampliada estaba en particular una amorosa tía Miriam con una enorme capacidad de relacionamiento social que me había tomado de encargo para casarme y se la pasaba buscándome un novio judío sin mucho éxito.

Inicié la escuela de economía junto con Raquel Morgenstern y entramos al grupo matutino de la Facultad de Economía, donde daban clases los mejores maestros: Jorge Tamayo de Geografía Económica, el maestro que más disfruté de toda la carrera; el Profesor Mario Ramón Beteta de Teoría Económica; el maestro Ricardo Pozas de Sociología o el maestro Casanueva de Contabilidad. A las clases de la mañana acudían los jóvenes con mayores recursos pues no tenían que trabajar para sufragar sus estudios y su sobrevivencia. Estos iban en los turnos de la tarde.

Era evidente que Raquel y yo éramos dos personajes extraños en ese contexto, incluso teníamos un compañero muy resentido que externaba opiniones antisemitas cuando pasábamos frente a él. Raquel no soportó la carrera y en el segundo año se pasó a sicología. Yo en cambio empecé a hacerme de muy buenos amigos. Un grupo era de muchachos y muchachas de familias con recursos económicos hijos de gobernadores, de funcionarios públicos o de banqueros. Las relaciones eran muy cordiales y respetuosas, íbamos a las casas de algunos de ellos y conocíamos a sus familias y mi casa siempre estuvo abierta.

Considero que esas relaciones me facilitaron la transición del encierro en la comunidad judía al mundo abierto y diverso. Resultaba de algún modo un espacio protegido y amable y a mi madre le facilitó aceptar el cambio y acoger a los integrantes de este grupo.

Hice muy buenos amigos en la Universidad y los términos de relación eran de mucha igualdad tanto como mujer, como judía. Nuevamente me resultaba más fácil vincularme con los compañeros varones que con las mujeres que por cierto en esa época eran muy pocas. Dos de mis amigos entrañables Mario Alberto Roche y René Barbosa, muy inteligentes y un tanto extraños a sus respectivos ambientes, murieron muy jóvenes, uno en un accidente automovilístico y otro de un infarto.

Estando en el primer año de Universidad le dije a mi padre que quería trabajar para tener algo de dinero. Quería entrar a sicoanálisis. Se trataba de otra ruptura con respecto al destino preestablecido. Necesitaba entender mi entorno y comprender mi ubicación en la familia, en la comunidad y en el mundo y tomar mi vida en mis manos.

Tenía en esa etapa un grupo de amigos judíos intelectuales donde varios estaban en psicoanálisis. Ahí profundicé mi relación con Anita Shapiro, quien se convirtió en mi gran amiga. En esa época en México había una corriente fuerte de profesionales de la escuela froidiana proveniente de Argentina y también estaba en auge y un tanto confrontada con la primera, la escuela frommiana con los discípulos que Erik Fromm había formado en México, los llamados 12 apóstoles. Teníamos relación con varios de estos últimos.

En esa época, por iniciativa de mi padre, Silvia, esposa de mi hermano Miguel y yo iniciamos una pequeña tienda de regalos y tabaco en Hamburgo 112, frente al Centro México Norteamericano de Relaciones Culturales en la Zona Rosa. El proyecto fue un total fracaso, por lo que para tener algo de dinero yo tenía que trabajar dos horas al día en una tienda de ropa “Martha Sartré” en la calle de Génova cubriendo el turno de comida del personal. Fue cuando me di cuenta que no servía para el comercio, ni para negocio alguno.

En la pequeña tabaquería me visitaban mis amigos de la Universidad y aprendí a jugar ajedrez para matar el tiempo. En la tienda de ropa ganaba 400 pesos y con eso empecé mi análisis frommiano con el Dr. José Rubio, quien fuera otra gran influencia en mi vida pues el proceso que seguí con él me sirvió de mucho para profundizar en mi historia y en las relaciones sociales de mi entorno. El marxismo estudiado en la escuela de economía con Juan Bromm y el psicoanálisis se convirtieron en mis instrumentos para tratar de entender la realidad social y armar algunas interpretaciones.

En tercer año de la carrera reconocí que la economía no era mi destino profesional, no toleraba las materias relacionadas con finanzas, banca o comercio internacional. Lo único que quería era pasar el menor tiempo posible en la escuela y opté por cambiarme al “grupo piloto” por las tardes en el cual eran menos horas de clases aunque más de estudio. Fue la oportunidad para conocer a compañeros brillantes, políticamente más involucrados y activos. Personalmente nunca participé en movimientos o partidos políticos.

Producir evidencia sobre la realidad social

En el segundo año de la universidad inicié mi carrera en el servicio público trabajando como auxiliar de analista en la Dirección General de Estadística por las mañanas y acudiendo a la universidad por las tardes. Desde esa época y en varias ocasiones a lo largo de mi vida profesional, me interesé por la producción de información estadística. Siempre he pensado que para documentar y hacer evidentes las problemáticas sociales que vive la población se requiere de información sobre las personas, las familias y las comunidades. Hasta entonces solamente por medio de los Censos de Población realizados cada diez años, se podía saber cuántos éramos en el país, cuántas mujeres, cuántos hombres, de qué edades, en qué trabajábamos, por ejemplo.

Me convertí en una experta del Censo de Población de 1960 (1962-1964) y tuve oportunidad de diseñar el cuestionario del Censo de Población de 1970 (1969-1970) introduciendo un cambio en los marcos conceptuales utilizados para captar el trabajo y los ingresos de las personas e incorporando las recomendaciones de Naciones Unidas en la materia. Eso convirtió al Censo de Población de 1970 en el primer censo moderno de México apegado a las recomendaciones internacionales. Ahí trabajé con Rubén Gleason Galicia quien era director general de estadística, un hombre bondadoso con una gran capacidad para armar equipos de trabajo y generar compromiso de las personas. Para mí con su ejemplo, fue un gran maestro en administración pública.

En 1963 me hice el propósito de entrar a trabajar al Banco de México (BANXICO) que en esa época junto con Nacional Financiera era instituciones ejemplares que aseguraban a los egresados de estudios de economía adquirir una mejor formación en el trabajo. No sin dificultad por ser judía y no ajustarme al estereotipo requerido para ingresar a la estructura del banco y después de que uno de mis profesores de la escuela de economía que era funcionario destacado del mismo, desistió de seguir apoyando mi ingreso, logré entrar a un proyecto especial de proyecciones agrícolas del Banco en colaboración con el Departamento de Agricultura de Estados Unidos. Quien se convirtió en mi jefe consideró que no era una mala idea tener a una güerita bonita como florerito para adornar la oficina.

Este trabajo me brindó la oportunidad de compenetrarme con las encuestas de ingreso-gasto cuyo levantamiento apenas se había iniciado en el país por Ana María Flores y el Dr. Nieto de Pascual, con el cual me tocó interactuar. También me relacioné con el mundo de los ingenieros agrónomos y aprendí mucho de la agricultura mexicana. Conocí a otro intelectual mexicano Victor Urquidi un economista de fama mundial que de alguna forma se convirtió en mi mentor. El me abrió varios caminos en mi vida profesional como fue el ingreso a El Colegio de México como su ayudante de investigación, me introdujo al estudio del empleo y los mercados de trabajo y a la prospectiva y los estudios sobre el futuro.

Por entonces tenía un excelente amigo y compañero de la facultad Santiago Sánchez Herrero que trabajaba en la Oficina Técnica de la Dirección del BANXICO un sitio privilegiado dentro del Banco, donde estaban economistas muy destacados como Sergio Gighliaza y Manuel Uribe. Yo los conocí por mi cercanía con Santiago, así como también a los que trabajaban en la Torre Latinoamericana donde Victor Urquidi era el jefe, otro nicho de economistas de primera como Rafael Izquierdo y Luis Cosío. Todos ellos varones. Varios fueron mis maestros y con Gighliaza y Cosío acompañamos a Victor Urquidi cuando asumió la Dirección del Centro de Estudios Económicos y Demográficos (CEED) de El Colegio de México en la calle de Querétaro a finales de los años sesenta. Don Victor fue posteriormente el Presidente de El Colegio de México e introdujo nuevos temas y campos de investigación y creó una época luminosa de El Colegio. También echó a andar el Centro Tepoztlán que ahora lleva su nombre y del que formo parte desde su inicio y en el que mensualmente se reúnen estudiosos de diversas especialidades a debatir sobre problemas de México.

Cuando trabajaba en Proyecciones Agrícolas en la calle de Volivar 15, todos los días en el Renault de Santiago recorríamos Isabel la Católica de norte a sur para llegar a la universidad. Yo contaba las cantinas que había sobre esa calle. Santiago y Tere su esposa que estudiaba filosofía y era la primera mujer verdaderamente liberada que yo conocía, me introdujeron al mundo de los cineclubs universitarios y de los intelectuales de izquierda como José Revueltas y Luis Prieto. Era la época de La nueva ola francesa y me hice apasionada del cine. A veces en el Renault Dauphine de Santiago, un coche muy pequeñito, entrabamos ocho personas y nos íbamos al cine. Recuerdo una ocasión donde Pepe Revueltas se metió junto con nosotros al pequeño Renault.

En 1965 tomé un curso de Encuestas de Hogares por Muestra del Departamento de los Censos de Estados Unidos. Con lo que aprendí en ese curso, años después (1973-1975) pude iniciar la primera encuesta continua de población en el país que es la que actualmente arroja las cifras de empleo y desempleo mensual y trimestralmente, además de otras informaciones valiosas sobre la vida de las personas. Me interesaba mucho poder producir información más precisa y con mayor frecuencia sobre las condiciones de vida de las personas, sobre su trabajo y sus ingresos, sobre la composición de las familias, sobre su marginación y sobre la desigualdad entre clases sociales y sexos. Me parecía que era la manera de evidenciar con datos duros la profunda desigualdad que caracteriza a la sociedad mexicana.

Siempre mantuve mi interés por producir información sobre la población. Cuando trabajé en la Comisión Nacional de Salarios Mínimos (1975-1977) operábamos un sistema para calcular un índice de precios que nos permitía tener mejor información para fijar anualmente los salarios mínimos. Durante mi participación como Directora del Instituto Nacional del Consumidor (1984-1988) desarrollamos investigaciones de precios comparados de productos en distintos establecimientos para que las personas pudieran escoger dónde se vendía más barato lo que requerían comprar, fueran verduras y abarrotes o electrodomésticos. También montamos un sistema para ver cómo la crisis de 1982 estaba afectando los patrones de consumo de la población cambiando el consumo de carne por consumo de vísceras o de café con leche por café solo. En años más recientes promoví la creación del Observatorio de Política Social y Derechos Humanos en INCIDE Social A.C. la organización civil en la que participo donde concentramos información estadística, indicadores, bibliografía, noticias y notas de opinión sobre los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales.

Mi deseo profundo siempre ha sido que los funcionarios de gobierno se dieran cuenta del sufrimiento de la población y que fundaran sus decisiones futuras tratando de generar los menores efectos perversos en la vida de las personas o que pensaran en producir beneficios para mejorar su bienestar. Las preocupaciones de mi madre por los demás afloraban en todas mis acciones. La constante de mi vida profesional fue tratar de responder a las preguntas sobre ¿cómo puedo yo contribuir a que la vida de los otros sea mejor? ¿Cómo puedo aportar para que haya menos injusticia y desigualdad? ¿Cómo puedo aportar para mejorar el bienestar y la felicidad de las personas y disminuir su sufrimiento?

Paulatinamente me fui inclinando a utilizar las herramientas que había aprendido en la Facultad de Economía y en mis experiencias de trabajo para evidenciar el sufrimiento de las personas que vivían en la pobreza, en el margen, que experimentaban la desigualdad o eran discriminadas. Es decir me moví hacia la economía social y me convertí en una especie de investigadora empírica fuera de los espacios formales de la academia que buscaba respuestas escuchando a las personas.

 

El cambio de estatus civil

También en esos años me postulé para una beca con el fin de ir a hacer un posgrado en la Comisión Económica para América Latina (CEPAL) en Santiago de Chile. CEPAL junto con el Instituto de Altos Estudios de La Haya eran los dos lugares donde los economistas de mi generación buscaban hacer sus posgrados. Las teorías de Raúl Prebisch y de Charles Bettelheim daban marco al quehacer de los economistas de la administración pública de la época.

Aún cuando si logré calificar para que me otorgaran la beca el comité de selección decidió dársela a un joven al que no se la habían dado el año anterior por que se vieron forzados a concedérsela al hijo de un político influyente. Entendí además que consideraron que como mujer no tenían certeza de que yo fuera a utilizar los estudios de posgrado pues seguramente optaría por casarme. Mi condición de mujer fue fundamental en ese entonces para que yo no alcanzara un posgrado, situación que actualmente se encuentra ampliamente superada para las generaciones actuales de profesionales mujeres. Junto con otras pocas mujeres como Sofía Méndez, María de los Angeles Moreno, Norma Samaniego, con el ejemplo de Ifigenia Martinez o la Sra. Camposalas éramos de las primeras mujeres mexicanas en incursionar en la economía en la administración pública.

Siempre he reconocido que esa decisión del Comité de becas me hizo quedarme en México y conocer en 1965 a mi esposo el Dr. David Bialostozky con el que llevo cerca de 50 años de feliz vida matrimonial con mucho respeto profesional mutuo y con quien he compartido ilusiones y desencantos. Logramos procrear tres hijos fantásticos que son Claudia, Adriana y Héctor tres seres comprometidos y preocupados por su entorno donde cada uno procura mejorar la vida de los demás y del planeta. Al verlos ahora en su vida adulta compruebo como los influimos David y yo con nuestras obsesiones: la preocupación por las poblaciones pobres, por las personas discriminadas, por los animales, por la naturaleza, por la justicia, por la verdad y el desprecio por lo material, por la codicia, por la corrupción, por el engaño y la simulación. Claudia trabaja con la naturaleza en jardinería en Vancouver, Canadá; Adriana como médico pediatra atiende a los hijos e hijas de migrantes latinoamericanos en Nashville, Tennessee y Héctor abre el mundo al autoanálisis y a la auto-reflexión a sus alumnos en la Universidad Iberoamericana. David, la pareja de Claudia es profesor de preescolar y Andrés David el esposo de Adriana es un pediatra cardiólogo que trabaja en la Universidad de Vanderbilt. Tenemos dos nietos maravillosos Sebastián y Santiago de 13 y 11 años, sensibles, educados, amorosos y muy buenos músicos y deportistas.

La conciliación vida familiar y vida de trabajo

Colaboré un tiempo en El Colegio de México como ayudante de investigación del Sr. Victor Urquidi (1965-1972). Gracias a él me convertí en una de las primeras expertas en mano de obra y mercados de trabajo del país, lo que me permitió intervenir en el Censo de Población de 1970 y en la construcción de la Encuesta Nacional de Empleo mencionada anteriormente, así como llegar a ser Directora Técnica de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos (1975-1976) y Directora General del Empleo (1976-1982) en la Secretaría de Trabajo y Previsión Social.

Me casé en 1965 cuando trabajaba en El Colegio. El horario de trabajo era sólo hasta la una de la tarde lo que me permitía combinar mis funciones de investigadora con los de madre, pues por las tardes llevaba a mis hijos a distintas actividades. Fue una época donde pude conciliar mi vida de trabajo con mi vida familiar. Al entrar a la Comisión Nacional de Salarios Mínimos la corta armonía se fracturó. Las fijaciones de los salarios nos llevaban a sesiones con el Consejo de la Comisión hasta altas horas de la noche durante varias semanas.

Fue el momento de mi vida en que empecé a ceder a las demandas de tiempo que impone el desempeñar una función de alto nivel en la administración pública mexicana. Se piensa que las personas que ocupan esos puestos son hombres de disponibilidad total y deben estar dispuestas a responder las demandas del trabajo las 24 horas del día e incluso los fines de semana. No hay consideración alguna al hecho de que las personas, incluso los hombres, somos parte importante de una familia y tenemos roles que desempeñar en el trabajo reproductivo o doméstico.

El haber dado el paso a aceptar que mi agenda de tiempo me fuera impuesta desde afuera fue en perjuicio de mi vida familiar y de la crianza de mis hijos. Aún cuando mis hijos no estaban solos pues nuestra situación económica y la amplia disponibilidad de trabajadores en México permitieron que siempre tuvieran quien los cuidara, yo me perdí una parte fundamental de su crecimiento. David solía dejar de trabajar en su consultorio todos los miércoles y se los llevaba al cine y a comer hamburguesas. El también los llevaba a la escuela. El Sr. Abel Piña una excelente persona pasaba a recogerlos a la escuela y los llevaba a sus distintas actividades. Los fines de semana yo siempre procuraba estar con ellos y yo los llevaba a sus visitas médicas.

Varias mujeres han trabajado con mi familia a cargo de la economía del cuidado de mi casa. Jovita Martínez los primeros años, Aurora como nana de mis hijos y durante cerca de cincuenta años Guadalupe Reyes una mujer silenciosa y solitaria que nos dio una calidad de vida excepcional cuidando la casa, las cosas, el jardín y la ropa. Ella tenía que trabajar para sostener a un hermano enfermo a quien aún ahora le envía mensualmente parte de su ingreso. Lupe representa la trágica historia de vida de muchas mujeres que son enviadas al trabajo doméstico en las ciudades para sostener a sus familias en los pueblos y rancherías. Continúa viviendo con nosotros, realizando pocas actividades pues en realidad su casa y su familia somos David, yo y mis hijos. Su sobrina Rosa Reyes lleva treinta años a cargo de la cocina de la casa. Fue enviada por su familia, sin opciones para escoger, a ayudar a su tía Lupe.

Conocida como Toña es un personaje memorable y apreciado no sólo por nosotros sino por la familia ampliada, mis hermanos, sus hijos y los hermanos de David y sus hijos. Cocina extraordinariamente, goza la cocina y le prepara a David diferentes platillos para el desayuno, la comida y la cena procurando ahora qué el ya tiene 85 años, complacerlo en sus caprichos y gustos. Los amigos de la infancia de mis hijos siempre recuerdan su sopa de munición con mostaza, el pulpo en su tinta o los romeritos con camarones.

Cada año en agosto son famosos los chiles en nogada de Toña y por lo menos organizamos tres cenas de chiles para satisfacer a todos los que esperan la llegada de la temporada de nueces de castilla frescas, de granada roja y de chiles anchos. Cuando vamos a ver a Adriana y Andrés y a los nietos a Nashville es ineludible llevar una carga de strudel de manzana de Toña de acuerdo a la receta de la abuela Bertita, un “topper” lleno de tapioca y un frasco de romeritos en mole para Adriana. El sincretismo de la comida judía y la mexicana. Toña, junto con el Sr. Javier Cervantes nuestro chofer por veinte años, son dos personajes fundamentales de la casa y nos resuelven la vida ahora que David y yo somos adultos mayores.

David mi esposo trabajó por 52 años en el Instituto Nacional de Cardiología y es un cardiólogo clínico e investigador destacado. Su origen judío, su autonomía, su carácter y su dura crítica al funcionamiento de las instituciones en México obstaculizaron que se le reconociera su aporte a la medicina mexicana- Esta es controlada como muchos espacios profesionales en el país, por mafias históricas conocidas que ocupan todos los puestos importantes, manejan los recursos de las instituciones y se distribuyen los reconocimientos. David nunca pudo ingresar por ejemplo a la Academia Nacional de Medicina ni al Sistema Nacional de Investigadores.

Su dedicación de lleno a la medicina y su educación de niño lo hicieron un hombre muy dependiente en la vida cotidiana. Es el típico caso del hombre que se le pide que saque la leche del refrigerador y que teniéndola frente a sus ojos no ve dónde está. Es absolutamente negado para cualquier trabajo doméstico pero ha sido un padre extraordinario y su contribución a la vida familiar además del aporte económico que nos ha permitido una vida holgada, ha sido el cuidado y atención de los hijos. Su dedicación de vida ha sido a su familia nuclear siendo un hombre muy amoroso y cálido.

Reconozco también que esa seguridad económica que David aportó a la relación de pareja ha sido fundamental en mi trayectoria profesional. Nunca me vi forzada por razones económicas a aceptar un trabajo que no me gustara. Además, siempre tuve la suerte de que en los momentos que tenía que cambiar de trabajo como era cuando había cambio de administración de gobierno se me presentaban varias opciones a escoger y siempre tuve la libertad para seleccionar aquellas que más me gustaban. También he podido negarme a aceptar muy diversas posiciones, particularmente en los últimos años en los que he privilegiado mi libertad para estar con David, para opinar con libertad y para hacer lo que más me gusta que es investigar, denunciar y proponer.

Desde mi primera elección profesional en 1965 cuando tuve que escoger entre quedarme en la estructura formal del Banco de México o aceptar la invitación de Victor Urquidi para integrarme a El Colegio de México, opté por la segunda. Me percaté que entrar al Banco significaba que me iban a poner un sello como a los periódicos Excelsior que se entregaban diariamente al Banco y que decía “propiedad del Banco de México”. Nunca he aceptado ser propiedad de nadie, nunca quise subordinarme a un jefe político y cuando corría el riego de que me pusieran un grillete hacía una fuga rápida y desaparecía de la mira.

Cuando me desanimaba y quería “tirar la toalla” David siempre estaba a mi lado y me hacia reflexionar, me ayudaba a decidir qué era lo mejor, aún cuando claramente significara un sacrificio para nuestra relación de pareja y para la vida familiar. Los dos éramos muy dedicados a nuestras carreras profesionales y el tiempo que teníamos libre lo destinábamos a los hijos.

Siempre me ha gustado viajar y a lo largo de mi vida profesional he tenido constantes oportunidades. En una época viaje mucho a Latinoamérica, en otra a Europa, algunas veces a Asia y más recientemente mucho dentro del territorio nacional. David siempre aceptó mi condición trashumante que creo heredé a mi hijo Héctor. Disfruto conocer otros lugares, saber qué ocurre en la vida de las personas que habitan el lugar fundamentalmente platicando con la gente. Me encanta experimentar y comer muy bien. He tenido una oportunidad realmente excepcional a lo largo de mi vida para tener amigos cubanos, portugueses, españoles, franceses, brasileños, chilenos, ticos, uruguayos y argentinos.

Creo que una razón fundamental de mis logros profesionales tiene que ver fundamentalmente con la calidad e inteligencia de David que ha sido un compañero de vida incomparable, así como con la tolerancia de mis hijos al abandono materno y con las varias personas que nos han ayudado como familia a cursar por la vida de forma muy feliz y con un gran bienestar.

La continuación de la vida laboral

Al cambiar la administración de Luis Echeverría a la de José López Portillo acudí a la oficina de Pedro Ojeda Paullada recién nombrado Secretario del Trabajo del nuevo gabinete a entregarle mi renuncia como Directora Técnica de la Comisión Nacional de los Salarios Mínimos. Iba decidida a recuperar el control de mis tiempos y retornar a un horario de medio tiempo para poder atender a mis hijos. Yo tenía para entonces 34 años, Héctor tenía seis años, Adriana ocho y Claudia diez.

Yo no conocía a Pedro Ojeda Paullada y no obstante de inmediato me ofreció que asumiera la Dirección General del Servicio Público del Empleo pues sabía que yo era experta en empleo y mercados de trabajo. No me dio opción para decidir y de inmediato me presentó con Javier Alejo que en ese momento lo visitaba, como la nueva Directora General del Servicio que consistía esencialmente de una Bolsa de Trabajo en la calle de Dr. Barragán. Recibí el escritorio de Don Adolfo López Mateos en mi oficina de directora, pues fue Secretario del Trabajo en algún momento de su vida.

El trabajo en la Dirección que posteriormente se convirtió en Dirección General del Empleo fue una experiencia excepcional en mi vida. Estábamos en un tema de punta tanto nacional como internacionalmente y contábamos con el apoyo de un equipo de expertos internacionales muy destacados a través de un Proyecto del Fondo de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Eran varios economistas latinoamericanos Samuel Lichtenstejn, Oscar Tangelson, Roberto Tomassini, Esteban Lederman y Benito Roitman que habían tenido que huir de las dictaduras militares de sus países y venían de ocupar posiciones importantes en los gobiernos, universidades o en instituciones internacionales: rectorías, ministerios, direcciones de investigación y políticas, etc. La mayoría de ellos judíos.

Era la época del Programa Mundial del Empleo promovido por la OIT y en América Latina operaba PREALC, el Programa de Empleo para América Latina y CINTERFOR para formación profesional. Éramos muy activos en los foros internacionales dado que a Pedro Ojeda Paullada después de haber presidido la Primera Conferencia Mundial de la Mujer en México en 1975, le interesaba mucho la participación en los foros internacionales. En esos seis años participé en varias reuniones internacionales y regionales. Asistía a Ginebra con frecuencia y fue cuando conocí toda América Latina. Éramos líderes en planificación del empleo, estudios de mercados de trabajo e hicimos las primeras investigaciones en la región sobre el sector informal de la economía.

Elaboramos el primer y único Programa Nacional de Empleo que ha tenido el país, promovimos la creación del Servicio Nacional de Empleo en todos los estados para dar orientación sobre oportunidades de trabajo y capacitación a la población, desarrollamos el Catálogo Nacional de Ocupaciones y promovimos investigaciones sobre las necesidades futuras de egresados de la educación superior.

Estábamos construyendo institucionalidad pública en un campo totalmente desatendido hasta entonces por el gobierno mexicano: el del empleo y los mercados de trabajo. En el equipo de la Secretaría había varias mujeres destacadas: Gloria Brasdefer como oficial mayor quien ayudó a Ojeda Paullada con la conferencia mundial de la Mujer y después se encargo de los trabajos técnicos para la Conferencia de Beijing de 1994; Aída Gonzalez en Relaciones Internacionales quien llegó a puestos importantes en la Secretaría de Relaciones Exteriores y a nivel internacional en posiciones relacionadas con los derechos de las mujeres y María de los Ángeles Moreno Uriegas que trabajaba conmigo como subdirectora de planificación del empleo y se convirtió en mi amiga de vida, muy cercana a David y a mis hijos.

Las cuatro desde distintas trincheras luchamos por los derechos de las mujeres y por la institucionalidad pública. Gloria era un de las primeras expertas en administración pública. María de los Angeles y yo participábamos en el grupo técnico del gabinete económico y nos peleábamos con Carlos Salinas de Gortari, entonces Director General en la Secretaría de Programación y Presupuesto, con Rogelio Montemayor, con los representantes del Banco de México y con el grupo de José Andrés de Oteysa entonces Secretario de Industria y Comercio porque desconsideraban los efectos en el empleo y en los ingresos de la población de las medidas de política económica que proponían al Gabinete Económico de López Portillo.

Por ejemplo, desde la Secretaría del Trabajo nos opusimos a la apertura económica irrestricta hacia el mercado externo por los problemas que se tendrían en el empleo y en los ingresos de la población. Posteriormente, el llamado grupo de los “los doctores” encabezados por José Córdova y Pedro Aspe consiguieron la apertura total al exterior en el primer gobierno neoliberal de México encabezado por Miguel de la Madrid. Desde entonces hemos padecido una muy baja tasa de generación de empleos, causa eficiente de las violencias y la delincuencia que hemos vivido en los últimos años.

Desde mi óptica esos años del gobierno de López Portillo fueron una etapa excepcional de la función pública. Todos estábamos orgullosos de trabajar en el servicio público. Para mí se realizaba mi sueño de aportar a mejorar las perspectivas de ocupación e ingresos de los mexicanos y mexicanas haciendo que los efectos en el empleo fueran tomados en cuenta en las decisiones de política económica y construyendo institucionalidad para facilitar la capacitación de las personas y la localización de empleos a través de la creación del Servicio Nacional de Empleo en todo el país.

La única experiencia negativa en esa etapa vinculada a mi condición de mujer, judía y diría rubia fue el no poder participar en los programas de televisión donde funcionarios de la administración de López Portillo tenían que explicar el contenido de los informes presidenciales en las diferentes materias. Yo tenía una figura demasiado poco “mexicana” y resultaba embarazoso que representara públicamente al gobierno mexicano.

Al salir de la Dirección General del Empleo, María de los Ángeles Moreno que desafortunadamente había sido capturada por el equipo de Carlos Salinas de Gortari, pasó a ocupar la Subsecretaría de Desarrollo Rural y Social en la Secretaría de Programación y Presupuesto encabezada por Salinas. Me invitó a que la acompañara en el único puesto que Salinas le permitió colocar a una persona cercana a ella, la Dirección del Centro de Investigaciones para el Desarrollo Rural Integral, el CIDERI.

Desde ahí logramos formular el último Programa Nacional de Alimentación PRONAL (1982-1988) con la colaboración y el impulso comprometido del Dr. Salvador Zubirán y del equipo del Instituto Nacional de Nutrición y con Sergio Reyes Osorio, entonces subsecretario de la Reforma Agraria, así como un Programa de Desarrollo Integral de la Mixteca Oaxaqueña. Carlos Salinas en su inacabable astucia le entregó la coordinación del PRONAL a Jorge de la Vega Domínguez anterior Secretario de Comercio y Presidente del PRI, con lo cual canceló toda posibilidad de que se aplicara el Programa pues ningún secretario le hacía caso a Don Jorge, excepto el Gordo Pesqueira entonces Secretario de Agricultura y un hombre muy simpático y afable. El Programa de las Mixtecas, Salinas se lo dio a su amigo Heladio Ramírez que en ese entonces era miembro del Congreso y estaba confrontado con el entonces Gobernador de Oaxaca. Dos magníficos proyectos resultado de la colaboración y el compromiso institucional los anuló Carlos Salinas por sus ambiciones políticas y su profunda maldad.

Decidí que mi espacio no era la Secretaría encabezada por Salinas y su equipo, lleno de personajes inexpertos, soberbios y profundamente ambiciosos. Me pasé en 1984 a dirigir el Instituto Nacional del Consumidor el INCO, institución que vi concebir y nacer dirigida por mi querido amigo Santiago Sánchez Herrero. Era para mí una maravillosa oportunidad.

De los años en la dirección del CIDERI obtuve varias cosas: continuar aprendiendo del sector agropecuario mexicano, del tema de la alimentación, de la organización campesina y de la planeación participativa a nivel comunitario. Inicié una excelente relación con los nutriólogos destacados del país como Héctor Bourges y Esther Villanueva, con funcionarios públicos serios y muy profesionales del sector alimentario como José Ernesto Costemalle y José Urquiaga y con Sergio Reyes Osorio. Ingresé así a la comunidad interesada en el problema alimentario del país y desde entonces formo parte del Consejo de Educación y Salud que edita la revista Cuadernos de Nutrición. Esta experiencia me ha permitido opinar sobre la actual Cruzada contra el Hambre promovida por la presidencia de Enrique Peña Nieto y mantener la libertad para aportar y cuestionar.

También entré en contacto con el que posteriormente fuera el equipo de Carlos Rojas en el Programa Nacional de Solidaridad y con profesionales que trabajaban en las organizaciones campesinas como Gustavo Gordillo y Hugo Andrés Araujo.

Esta capital social que fui formando a lo largo de mi trayectoria profesional permitió que en mi gestión como directora del INCO pudiéramos incluir líneas de trabajo cercanas a las necesidades en materia de alimentación de la población del país apoyadas por la comunidad de expertos. Realizamos campañas de orientación sobre la mejor alimentación en radio, televisión y medios impresos mediante los programas, la revista y el periódico del Consumidor, diseñadas y operadas por Martha Susana Ruiz; actividades de capacitación a la población para ser consumidores más conscientes y conocedores y organización de compras en común dirigidas por Andrés Manuel López Obrador que colaboró conmigo como Subdirector de organización y capacitación; investigaciones de precios, sobre la calidad de los productos y sobre el comportamiento de los consumidores dirigidas por Humberto Delgado y cuando él murió en el sismo del 85 por Gustavo Ponce.

Formulamos y difundimos propuestas de menús de bajo costo, formas de preparación de productos de consumo con tecnología doméstica para bajar el gasto en la compra de productos industrializados, paquetes de verduras concertados con la central de Abasto de bajo costo, comparaciones de precios publicadas en periódicos en varias ciudades para que las personas eligieran las tiendas más baratas. En el sismo de 1985 el Instituto armó brigadas para colaborar en la eliminación de escombros y en iluminar zonas de desastre como el Hospital Juárez. Con el teléfono del Consumidor enlazábamos a personas víctimas del desastre con aquellas que ofrecían diversos apoyos, orientamos sobre la calidad del agua y la vulnerabilidad de los edificios. Éramos una institución pública cercana e interesada por servir a las personas, éramos una institución confiable y creíble.

Creo que varios nos realizamos como servidores públicos en esa etapa del INCO. Teníamos amplias posibilidades de innovar y de educar para el consumo. Generamos varios materiales que aún ahora son apreciados por la comunidad de expertos en alimentación. El INCO estaba en la mira de Carlos Salinas para incorporarlo desde entonces a la PROFECO y en los cuatro años que estuve como directora logré impedirlo e incluso recuperar delegaciones estatales que ya habían venido cerrando. Fue una herramienta importante para los programas de estabilización de precios que encabezaban Pedro Aspe y Tellez. Sin embargo, la lógica de desestructuración del Estado promovida desde 1982 por los gobiernos neoliberales acabaron con esa magnífica institución y la sumaron a la PROFECO a la cual además le agregaron la vigilancia de los precios con lo que la destinaron a convertirse en una institución profundamente corrupta.

Como mujer el haber tenido la oportunidad de dirigir una institución como el INCO me permitió penetrar en un campo muy vinculado a la economía del cuidado históricamente encomendada a las mujeres. Nuestro interés radicaba en apoyarlas en las tareas que realizan sin pago, sin reconocimiento y sin valoración en el mercado, pero sobre las cuales tienen muchas responsabilidades y preocupaciones. Recuerdo que incluso en el teléfono del consumidor abrimos una línea para que pudieran llamar y obtener orientación en materia de nutrición y alimentación: ¿cómo preparar algún producto de temporada? ¿qué darle de lunch a los hijos?¿cómo alimentar a personas con problemas de diabetes?¿cuáles eran los mejores productos alimenticios en el mercado?

Mi deseo hubiera sido permanecer en el INCO como directora, pero la incertidumbre del cambio de gobierno hicieron que aceptara irme con María de los Angeles Moreno a la Secretaría de Pesca como Subsecretaria (1988-1991) en el Gobierno de Carlos Salinas de Gortari. Posiblemente una de las actividades que menos hubiera deseado asumir y en un gobierno como el de Salinas, el hecho de estar con María de los Angeles me daba tranquilidad y certeza de que lo que haríamos sería buscar el mayor beneficio para los pescadores y ampliar el consumo de pescado en el país. La experiencia en la SEPESCA fue de una constante confrontación con el grupo de “los doctores”. Ellos buscaban privatizar el sector y abrir todas las especies protegidas para las cooperativas por el General Lázaro Cárdenas desde los años treinta. Tenían intereses personales de invertir en el desarrollo de la acuacultura de camarón que en esos años estaba dejando muy buenas ganancias a los empresarios en varios países.

Bajo la dirección de María de los Ángeles defendimos y tratamos de eliminar las confrontaciones entre los grupos de cooperativas; dimos una fuerte pelea contra Estados Unidos por su afán de controlar la pesca del atún en aguas de América Latina y tratamos de evitar los embargos en las pesca de atún y camarón; montamos un programa para evitar la pesca incidental de delfines, desarrollamos varios parques acuícolas para alentar le inversión; alentamos la regulación de la extracción de especies de acuerdo a evidencia científica; defendimos el crédito para el sector pesquero; abrimos y conservamos los mercados europeos y asiáticos de productos pesqueros mexicanos; defendimos la planta industrial de enlatado mexicana. Todo ello en contra de los deseos de “los doctores” cuya consigna era privatizar, vender la propiedad estatal a precios irrisorios y destruir al sector cooperativo de la pesca, beneficiarse personalmente de todo ello y yo diría incluso destruir al propio sector pesquero. Lograron sacar a María de los Ángeles de la Secretaría y enviarla como candidata a diputada de un distrito electoral en el D.F. donde tradicionalmente perdía el PRI.

A pesar de la invitación del nuevo Secretario de Pesca para quedarme en la Subsecretaría decidí que las razones por las cuales había yo entrado al servicio público se habían terminado; que ya no estaba dispuesta a colaborar con un gobierno totalmente contrario a lo que pensaba debería ser un gobierno para la gente. Se trataba ya de una administración pública capturado por una camarilla de personas que buscaban su beneficio personal, prolongarse en el poder y apoyar a los grupos que se los permitiera.

Los poderes del Estado quedaban en manos de un grupo sin escrúpulos y profundamente ambicioso. Se disponían a destruir las fortalezas que aún tenía el servicio público mexicano y a liberar todo a la fuerza de los monopolios y de los intereses fácticos entre los cuales ellos fueron construyendo sus propios espacios de control y poder. Profundizaron así la desigualdad, la pobreza, la discriminación, la exclusión de millones de jóvenes que se estaban incorporando a la vida escolar y laboral. Exacerbaron el individualismo escondido bajo los postulados de la competencia, la eficiencia y la productividad y destruyeron el comunitarismo, lo colectivo, lo comunal y con ello el tejido social. La gran tragedia de México de finales del Siglo XX y que hoy nos tiene sumidos en una guerra silenciosa y cruenta, sentaba sus bases en la codicia de los nuevos gobernantes.

En 1991 dejé voluntariamente la administración pública federal después de casi 30 años de participar en la construcción de instituciones y el desarrollo de capacidades de gobierno. Siempre he sido una ferviente creyente de la necesidad de un Estado de las personas y para el beneficio de éstas, que trabaje democráticamente y amplíe la participación de los ciudadanos pero que se responsabilice de cumplir las obligaciones de respetar, promover, proteger y garantizar los derechos humanos de todos los integrantes de la sociedad.

Después de quince años de trabajar juntas María de los Angeles y yo nos separamos. Ella siguió colaborando en el gobierno del PRI y en ese partido, siendo la primer mujer en llegar a presidirlo. Yo opté por alejarme y tomar rumbo por la participación ciudadana libre y por la construcción de organizaciones ciudadanas.

La etapa de activismo cívico

Al dejar el gobierno federal hice un intento no exitoso para entrar a trabajar en la CEPAL México. Rechace las invitaciones para retornar a la academia a hacer investigación. Mis amigos investigadores se habían convertido para ese entonces en los directores de los centros de investigación y en los principales investigadores en sus temas. Pensaba que desde la academia era difícil tratar de atajar el profundo cambio que se estaba dando en la sociedad mexicana hacia una economía de libre mercado, con poco Estado y muchos monopolios.

Fue así que a invitación de Miguel Basañez mi querido amigo demócrata, me incorporé al Acuerdo Nacional para la Democracia (ACUDE) una organización formada por intelectuales que promovían el tránsito de México hacia un país democrático y pretendían acabar con el monopolio del PRI en el poder. También acabé siendo presidenta del Consejo de administración de Este País la revista formada por Miguel y Federico Reyes Heroles que empezó a difundir encuestas de opinión.

En Acude, organización en la que también terminé siendo presidenta en 1994 conocí a gente extraordinariamente comprometida con la democracia: Jaime Gonzalez Graff un estudioso de la política y de la institucionalidad electoral muerto prematuramente que contribuyó de manera importante a la reforma política de 1996; Demetrio Sodi de la Tijera que en ese entonces era un interesante líder del movimiento ciudadano en formación con una notable capacidad para generar proyectos movilizadores como el Plebiscito de la Ciudad de México de 1993 y los 20 Compromisos por la Democracia; Jorge Eugenio Ortiz Gallegos un importante intelectual e ideólogo panista que abandonó ese partido con Bernardo Batiz y Jesús González Schmall y se incorporaron a ACUDE; Adolfo Aguilar Zinser muerto en un desafortunado accidente automovilístico y un hombre congruente con su ideología hasta el final; Jorge Castañeda un intelectual cosmopolita y variable; Amalia García quien fuera posteriormente Gobernadora de Zacatecas; Rubén Aguilar que llegó a ser el vocero de Fox; José Agustín Ortiz Pinchetti un intelectual y político honesto que ha acompañado a Andrés Manuel López Obrador desde hace varios años; José Antonio Crespo editorialista e investigador, Miguel Álvarez secretario de don Samuel Ruiz, el Obispo de Chiapas y un promotor de la paz y el diálogo y otros más, muchos de los cuales permanecieron como mis amigos a través de los años.

De ese grupo que tuvo varias iniciativas importantes para el tránsito a la democracia como la creación del grupo San Ángel, la observación de elecciones, la reforma política de 1996, pocos nos mantuvimos en la lucha ciudadana. Varios se incorporaron a las administraciones que fueron subiendo al poder desde distintos partidos. Incluso yo acepté ser Secretaria de Desarrollo Social del Gobierno del Ingeniero Cuauhtémoc Cárdenas que llegó a la Jefatura de Gobierno del D.F. mediante una elección democrática.

Nuevamente la mayoría eran hombres y a mí me incluyeron en el grupo central de ACUDE, Amalia García participó en el Plebiscito y en los 20 Compromisos y con frecuencia sólo éramos ella y yo las únicas representantes del sexo femenino.

1994 fue un año particularmente complejo en México y en mi vida personal. Por alguna razón fui bien aceptada en el mundo del activismo cívico de reciente formación. Además de ser presidenta de Este País y de ACUDE participé con otras siete organizaciones por invitación de Sergio Aguayo, en la creación y en la primera Coordinación Nacional de Alianza Cívica; colaboré con Gloria Brasdefer en la integración y coordinación de los grupos de trabajo técnico para preparar la posición de México frente a la Conferencia de la Mujer que tendría lugar en 1995 en Beijing y formé parte con otras nueve personas del mundo científico del Grupo Técnico para la Auditoría del Padrón Electoral constituido a instancias del Dr. Jorge Carpizo a fin de garantizar la calidad de las listas electorales.

No sé cómo le hice y cómo David aguantó tanto activismo. En varias ocasiones me acompañó y colaboró. Todo era pro-bono. En mi casa se organizaban cenas, comidas y encuentros de políticos. Se construían proyectos y se discutía la situación del país bajo la administración de Salinas de Gortari.

A través de Alianza Cívica se organizó en todo el país la primera observación ciudadana amplia de elecciones federales. Queríamos acabar con todas las trampas y esquemas de clientelismo que había desarrollado el PRI a través de los años. Apostamos observadores en una muestra de casillas electorales, logramos hacer un conteo rápido de los resultados y emitir una opinión sobre la calidad del proceso.

David y yo nos llevamos una brigada de Alianza Cívica a la Zona Zapatista a realizar observación electoral a petición del EZLN. Una experiencia conmovedora e irrepetible. Por primera vez las mujeres de las comunidades acudían a depositar su voto y no eran los esposos que llevaban sus credenciales para votar por ellas. Primero votaron las mujeres, luego los hombres de las comunidades y al final la milicia zapatista. Al terminar la observación, los zapatistas no nos dejaron salir de la zona sino hasta que Ofelia Medina y Juan Bañuelos con la Cruz Roja Internacional salieran con toda la documentación electoral. Al salir de los límites de la zona encontramos al ejército rodeándola y fuimos ampliamente fotografiados.

En 1995 seguí colaborando en la preparación de la participación de México en la Conferencia de la Mujer en Beijing. Encabezaba yo los trabajos técnicos y con Gloria Brasdefer logramos articular a mujeres del gobierno y de los partidos, a las académicas y a integrantes de las organizaciones del movimiento feminista. Ahí conocí a Cecilia Loria con quien después impulsamos Causa Ciudadana una Asociación Política Nacional y a Patricia Mercado quien fuera candidata a la presidencia de la República en una elección posterior y que en ese momento lideraban al movimiento feminista.

La delegación para asistir a la Conferencia tuvo la intervención del Vaticano que exigía subir a la misma a mujeres representantes de los sectores más conservadores y retrógrados respecto de los derechos de las mujeres. Así lo hizo en todas las delegaciones de América Latina en algunas con mucho éxito como con la delegación Argentina y la Guatemalteca. Tuvimos que defender las posiciones ganadas en la delegación mexicana por varias mujeres que habían participado activamente en los grupos y conferencias preparatorias.

Sin embargo, lograron incorporar a dos personajes de la derecha más recalcitrante. Una de ellas particularmente, Paz Gutiérrez Cortina, nos hizo la vida pesada pasando información y grabaciones distorsionadas y manipuladas sobre las intervenciones de la delegación mexicana a las redes de información que había armado el Vaticano y la Iglesia Católica Mexicana.

Al regresar a México de Beijing nos esperaban en el aeropuerto un grupo amplio de periodistas y los jefes de la delegación prefirieron huir por la puerta de atrás y evitar a la prensa. La delegación fue calificada de abortista por que México no denunció a la Plataforma que resulto de la Conferencia como si lo hicieron las delegaciones de la región copadas por el Vaticano. Olga Pellicer una funcionaria ejemplar del Servicio Exterior Mexicano jugó un papel fundamental para que México preservara su posición de siempre acompañar los documentos que emanaban de reuniones internacionales de Naciones Unidas.

El gobierno mexicano en ese momento presidido por Ernesto Zedillo, optó por abandonar el reconocimiento del buen papel que había jugado la delegación mexicana en la Conferencia y solas tuvimos que enfrentarnos a la difamación y a las mentiras creadas por los grupos “defensores de la vida” en la opinión pública.

Personalmente y por mi condición de judía procuré no involucrarme en los temas de derechos y salud reproductiva que constituían una parte medular de la Conferencia después de los avances que se habían logrado en la materia en la Conferencia de Población que se había realizando antes en El Cairo. La mayoría de las representantes de las organizaciones feministas que integraron la delegación mexicana se concentraron en ese tema.

 

Las tesis sobre el desarrollo social

Siempre he pensado que en las economías de mercado como la nuestra el bienestar de las personas y las familias depende fundamentalmente de sus oportunidades de trabajo y de las retribuciones que reciben por éste. Si bien el Estado puede proveer una serie de bienes y servicios públicos como educación, salud, infraestructura urbana, recreación, transporte subsidiado, etc. es el ingreso que reciben las personas y las familias el que les permite acceder a los bienes y servicios que requieren para hacer la vida. Cuando las sociedades no tienen la capacidad o no se preocupan por ofrecer trabajos dignos adecuadamente remunerados, a sus poblaciones y especialmente a los jóvenes que recién están ingresando a los mercados de trabajo, las personas se ven obligadas a realizar actividades informales e incluso delincuenciales dado que la economía de mercado les exige contar con dinero para comprar lo que necesitan. Pero además los medios de comunicación masiva les generan necesidades adicionales que se convierten en aspiraciones de consumo como es todo lo relacionado con el desarrollo de artefactos tecnológicos, la compra de relojes sofisticados o de autos de lujo.

Si además el Estado se va retirando como ha venido sucediendo en las últimas décadas, de la provisión de servicios y bienes públicos suficientes y de calidad, la vida de las familias se va deteriorando y se ven obligadas a echar mano de todos sus miembros para trabajar y generar ingresos. Esto a su vez afecta, la calidad de las tareas de crianza y cuidado de los miembros de las familias. Los niños, niñas y adolescentes empiezan a pasar muchas horas solos pues todos los adultos de la familia tienen que ocuparse en obtener ingresos. La reducción del tiempo destinado por las familias a la economía del cuidado y la pérdida de calidad e insuficiente cobertura de los bienes y servicios públicos que ofrece el Estado para apoyar a las familias son desde mi óptica factores precursores de las violencias y de la delincuencia que nos agobia. Como sociedad estamos construyendo seres humanos abandonados, solos, enojados, con una deficiente transmisión de saberes para la vida y fallas en el desarrollo de su sicoafectividad.

Al estar involucrada en el estudio del empleo me fui introduciendo en tres campos de la economía social relacionados profundamente con la vida de las mujeres. En primer lugar, lo que refiere a la incorporación de las mujeres en el empleo o lo que se conoce como trabajo productivo. La década de los años setenta cuando yo era directora nacional del empleo la incursión de las mujeres en el mundo del trabajo se hizo claramente evidente y empezamos a estudiar cómo fueron cambiando sus tasas de participación en la actividad económica por edades, las sectores y las ocupaciones a las que ingresaban, las horas que trabajaban, los ingresos que recibían. Este campo se volvió una línea de trabajo de los estudios del feminismo y yo contribuía con análisis y reflexión en ellos.

Más adelante me propuse estudiar los efectos de las crisis económicos en los arreglos domésticos para saber cómo enfrentaban los grupos familiares las caídas en los ingresos. Estudiamos por una parte los cambios en las modalidades de participación de los integrantes de las familias en las actividades para obtención de ingresos, observando cómo ha venido aumentando el tiempo que las familias destinan a ese tipo de actividades acelerando la incorporación de mujeres, de jóvenes e incluso de niños y niñas o extendiendo los horarios de quienes trabajan. Por otra empezamos a verificar los cambios en los patrones de consumo y gasto.

Estas investigaciones nos condujeron al tercer campo de estudios que se relaciona con las transformaciones que experimenta la estructura, funciones y conformación de las familias ante los cambios económicos, sociales, culturales y políticos en su entorno. Por muchos años el movimiento de mujeres rechazó tener una postura clara frente al tema de las familias. Consideraban que la sociedad androcéntrica entendía siempre por familia a la básicamente constituida por la relación entre madre e hijo y que las políticas de familia acababan siempre reforzando esa relación y reduciendo a la mujer a su papel de madre. Los Hospitales de la Madre y el Niño que se construyeron en una época de la política de salud y las actividades del Sistema Integral de Atención para la Familia (DIF) se fundamentaban en esa concepción y ambas políticas eran fuertemente rechazadas por el movimiento feminista.

Desde mi perspectiva estos extremos han producido una gran ausencia de políticas públicas de apoyo a las familias por lo que desde finales de los noventa y hasta la fecha uno de mis intereses ha sido promover el conocimiento sobre las transformaciones que experimentan las familias en México y cómo la falta de políticas públicas de apoyo ha venido generando vacíos en el papel que juegan las familias en la construcción y socialización de la infancia y la adolescencia.

Otro interés ha sido el apoyar el reconocimiento del aporte que hace el trabajo reproductivo o la economía del cuidado en la construcción de seres humanos y como el hecho de no valorarlo ha provocado su abandono o la reducción del tiempo que las familias destinan al mismo para concentrar sus recursos de trabajo en actividades generadoras de ingresos. Incluso escribí un artículo sobre el colapso de la economía del cuidado en Ciudad Juárez como una de las causas subyacentes en la violencia que ha dominado esa ciudad por varios años.

De manera natural las investigaciones sobre empleo y mercados de trabajo, sobre la participación de las mujeres en el trabajo productivo y reproductivo, sobre las transformaciones de las familias, sobre la economía del cuidado, sobre política social y con mi aprendizaje sobre demografía en El Colegio de México al haber tenido oportunidad de interactuar con los demógrafos mexicanos pioneros como Raúl Benitez Centeno, Gustavo Cabrera, Romeo Madrigal y José Morelos, me llevaron a buscar explicaciones económicas, sociales y culturales de las violencias y la delincuencia que afloraron en México desde mediados de la década pasada.

Iniciamos con una investigación en 2003 sobre la situación social de Ciudad Juárez en una colaboración con el Consejo Ciudadano para el Desarrollo Social donde participaban varios amigos míos de las organizaciones civiles locales que estaban preocupados y desesperados por el problema de los feminicidios. Las autoridades del gobierno de Fox querían hacer intervenciones por el lado duro de investigación, sanciones y castigo penales. A mí me surgió la idea que debajo de la punta del iceberg que representaban los feminicidios había una violencia estructural que se había venido desarrollando en Ciudad Juárez durante varias décadas y que tenía que ver con la forma en que fue extendiéndose la ciudad, su ubicación como ciudad de frontera al servicios de los habitantes de El Paso, las actividades económicos que se generaron en ella, el fuerte impulso a las migraciones para atraer trabajadores hacia las maquilas, la ausencia de Estado de Derecho, las grandes omisiones de políticas públicas que acompañaran la llegada de miles de trabajadores y especialmente trabajadoras, etc. El trabajo lo hicimos platicando y entrevistando a personas de Ciudad Juárez y leyendo y resumiendo investigaciones sobre distintos temas. Nos dimos cuenta que la realidad cambia mucho más rápido que la posibilidad de sistematizarla en investigaciones académicas y que platicar y escuchar a las personas arroja pistas interesantes y valiosas sobre lo que está ocurriendo en la realidad.

Los resultados de la investigación fueron publicados por la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez en 2007 como La Realidad Social de Ciudad Juárez y dieron inicio a la polémica sobre el enfoque que debe adoptarse para enfrentar las violencias y la delincuencia en México. Con apoyo de algunos funcionarios del gobierno federal continuamos impulsando y apoyando las investigaciones diagnósticas sobre las causas sociales, culturales y económicas de las violencias para sustentar un enfoque de prevención social de estos fenómenos. En 2010 se estudiaron seis áreas metropolitanas con la metodología que desarrollamos desde INCIDE Social A.C. y en 2011 y 2012 se asignaron recursos del Subsidio para la Seguridad Municipal (SUBSEMUN) para que los municipios que recibían recursos de ese fondo pudieran emprender estudios diagnóstico con nuestra metodología. En la actualidad hemos logrado rescatar alrededor de 80 diagnósticos municipales.

La discusión sobre los enfoques para atender las violencias y la delincuencia entre uno de prevención social versus otro centrado en seguridad policial y militar se iniciaron en el país durante el gobierno de Felipe Calderón. Este optó por impulsar el segundo enfoque durante varios años con resultados funestos y más de 100 mil personas asesinadas, hasta que en 2011 se vio obligado a adoptar un intento incompleto y fragmentado de acciones de prevención social en Ciudad Juárez bajo la estrategia “Todos Somos Juárez”. El Gobierno de Peña Nieto desde su inició adoptó como central el enfoque de prevención social y empezó a promoverlo en los municipios más afectados por la delincuencia en el país.

Mi postura personal es que los enfoques no se contraponen y que deben combinarse y dosificarse adecuadamente según el nivel del problema de violencias y delincuencia que se pretende enfrentar. El símil es la salud, la prevención es útil cuando el cuerpo aún no se encuentra enfermo o muy enfermo y aún se le puede rescatar y prevenir que caiga enfermo o que se agrave. Pero cuando la enfermedad ya es muy grave lo que tiene que aplicarse son tratamientos fuertes que expulsen el mal para restaurar la posibilidad de mantenerlo sano con acciones preventivas. Lo que hay que evitar es que el enfermo se muera.