Comentario en torno a la publicación La Teoría de la Economía Política del Envejecimiento. Un enfoque para la gerontología social en México.

 

Quisiera agradecer a Ana Díaz- Tendero la invitación para participar en la presentación de la publicación que deriva de su tesis doctoral e iniciar felicitándola ampliamente tanto por el trabajo de investigación realizado como por la posibilidad que brinda a la comunidad interesada en el tema del envejecimiento de acceder a su trabajo vía la publicación de El Colegio de la Frontera Norte.

No es menor esto último conociendo las exigencias del COLEF para apoyar textos a ser publicados bajo su auspicio.

Aunque comenté con Ana mi dificultad de tiempo para hacer una lectura extensa y cuidadosa del amplio texto que nos ofrece, en lo que logré revisar reconozco que realizó una revisión y síntesis cuidadosa de la literatura norteamericana y europea que se ha venido produciendo sobre el tema del envejecimiento durante ya varios años y que ello nos aporta en México marcos teóricos que por lo que ella relata, no necesariamente han estado presentes en las investigaciones y publicaciones que se han realizado en México sobre el tema. Estas se ubican en el campo de “estudios de población” más que como análisis de lo que ocurre en México respecto de alguna de las teorías del mundo occidental desarrollado sobre el envejecimiento que de acuerdo a la autora ya tienen tres generaciones, esencialmente la teorías micro o individualistas; las teorías macro o estructuralistas y la teorías vinculantes.

El desarrollo del primer capítulo del libro me pareció especialmente iluminador y muy claramente expuesto pues sistematiza lo que son hasta ahora estas tres generaciones de teorías y sus principales postulados y me parece que al final reflejan por una parte, las diversas interpretaciones del proceso individual de envejecimiento en los contextos de los países de origen de los autores y por otra las relaciones que se dan entre las estructuras económicas, sociales y culturales de esos mismos países con el envejecimiento.

El tema que me parece que preocupa más a la autora es que esas teorías y conceptualizaciones, como nos sucede en nuestros países en muchos otros campos sociales, se refieren a sociedades con alto grado de homogeneidad y posiblemente equidad y por ello no se integra la dimensión de la diversidad incluso en términos de cohortes, ni tampoco de estratos socioeconómicos, raza, etnia y un poco menos de género.

Al exponer la Teoría de la Economía Política del Envejecimiento en su capítulos tercero y cuarto entiendo, porque no los alcance a revisar, que la autora trata de postular que esta teoría si estaría ofreciendo elementos más apegados a sociedades que como la mexicana adolecen de problemas de profunda desigualdad y falta de equidad, discriminación e inclusión exclusión de grupos de población de distintos estratos socioeconómicos, sexos, etnias, razas, ubicación territorial y cohortes.

Desde mi personal perspectiva me parece de gran pertinencia pensar que el proceso de envejecimiento es una construcción cultural, económica, social e incluso política y por lo tanto histórica, que coloca y forma a las personas adultas mayores en determinados estereotipos y roles según la época y cohorte a la que pertenecen y que los procesos individuales de envejecimiento están cruzados y marcados por esos estereotipos y roles y por su adscripción a determinados grupos socieconómicos, sexo, etnia y raza e incluso territorio y experiencia ocupacional.

No es lo mismo envejecer en una comunidad donde prevalecen valores de solidaridad intra e intergeneracional que en una sociedad dominada por la competencia individual y el éxito personal en el mercado; no es lo mismo ser viejo en un estado de bienestar de coberturas universales que en estados de protecciones sociales duales como ha sido el caso de México; no es lo mismo tener una trayectoria de ocupación formal protegida que provenir del sector informal de la economía; no es lo mismo ser un adulto mayor hombre que serlo como mujer; no son las mismas experiencias de la cohorte actual de viejos entre 65 y 80 años que la que vivirán los millones de jóvenes que actualmente tienen entre 15 y 29 años; no es lo mismo ser viejo en una ciudad de maquila de la frontera norte que serlo en una comunidad rural del sur de la República o en una familia extensa respecto de una familia nuclear.

El tema que se plantea entonces es el de las políticas públicas que deben asumirse frente al proceso de envejecimiento de la población mexicana. Ana Díaz Tendero nos advierte sobre la velocidad a la que envejecerá la población en México cuando nos dice que en Francia transcurrieron más de dos siglos (1750 a 2000) para que la proporción de adultos mayores sobre el total de la población pasara de 5.2 por ciento a 16.2 por ciento. En el caso mexicano, citando a Ham, en un lapso reducido a poco más de tres décadas (2000 a 2036) se hará el mismo recorrido. Actualmente se estima que la población adulta mayor representa el 6 por ciento y en 2036 será de 16 por ciento y en 2050 de 24 por ciento (32.5 millones de personas) de acuerdo a cifras de CONAPO.

No es un asunto menor que de 6 adultos mayores por cada cien personas en 2050 pasemos a 25 adultos mayores por cada 100 personas.

En la lógica de evolución de la estructura demográfica de México durante las etapas de las altas tasas de crecimiento demográfico la preocupación central de las políticas sociales fue ampliar la infraestructura de bienes y servicios dirigidos a la atención de la infancia. Fue una etapa de un crecimiento económico bueno y que permitió disponer de recursos públicos para montar la enorme infraestructura de educación primaria con la que aún actualmente envejecida, aún contamos, también permitió ampliar la infraestructura de salud y el desarrollo de programas de subsidio en materia de alimentación y las posibilidades de empleo, salarios decentes y protección social para los padres de esas generaciones.

No ha ocurrido lo mismo en la etapa de la demografía nacional donde la presencia de las cohortes de jóvenes ha crecido fuertemente. Lamentablemente esta etapa ha coincidido con un estancamiento de la economía nacional que ya dura 30 años, en el que ni la infraestructura social (educativa, de salud, de recreación y esparcimiento) ni los empleos y los salarios, ni la protección social han tenido avances como para incorporar a esas cohortes a niveles de vida dignos y darles un sentido y un proyecto de vida que les brinde esperanza.

Los adultos mayores del mañana provendrán de las generaciones de jóvenes de ahora que han estado privadas de un proyecto de país para su inclusión y su consideración como personas dignas.

La pregunta es ante que características de modelo y de crecimiento económico se va a enfrentar ese veloz proceso de envejecimiento de la población mexicana.

¿Continuaremos con un proyecto económico de economía de mercado no competitiva que privilegia a los grupos de poder monopólico privado? Continuaremos trasladando la propiedad y la riqueza nacional para su explotación y depredación por intereses privados nacionales y extranjeros? ¿Lograremos recuperar nuestro derecho al Estado, a la propiedad nacional de bienes y recursos estratégicos, así como a bienes y servicios públicos que realmente reflejen los intereses de las poblaciones y reconozcan su diversidad?

Agradezco nuevamente a Ana su invitación a esta participación y su aporte a una urgente y necesaria reflexión sobre la gerontología social y las políticas sociales que deberán acompañar la etapa de cambio demográfico hacia la que estamos avanzando de manera acelerada pues lo más preocupante es que no tenemos gobiernos a todos los niveles que se preocupen por el bienestar de las personas y con las capacidades de previsión de largo plazo, tan necesarias en esta etapa de la vida de México. ¿Cómo superar el inmediatismo del beneficio privado en los grupos que han capturado al Estado mexicano?